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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dinero más caro

El BCE se acerca al límite en el alza de tipos: ir más lejos amenazaría con retroalimentar la desaceleración económica

La presidenta del BCE, Christine Lagarde, durante la rueda de prensa este jueves en Fráncfort.
La presidenta del BCE, Christine Lagarde, durante la rueda de prensa este jueves en Fráncfort.Alex Kraus (Bloomberg)
El País

El Banco Central Europeo ha vuelto a subir los tipos de interés por tercera vez consecutiva desde julio, y de forma relevante, 0,75 puntos. De esta forma, los sitúa entre el 1,5% para los bancos y el 2% general. Es la ratificación del anunciado cambio de era, desde tipos bajos o negativos a otros mucho más altos. Son más gravosos para las familias —endeudadas o a punto de hipotecarse— y para las empresas que necesitan crédito. El conjunto de los actores económicos no tiene motivos de entusiasmo tras esa decisión; en nada les beneficia a corto plazo. La banca sí reclamaba desde hace años unos tipos más habituales sobre los que asentar una mayor comodidad en optimizar los beneficios, y con el mismo esfuerzo comercial.

Ahora bien, eso no implica que todas las medidas monetarias y económicas deban concitar aplausos fáciles. La cuestión es si los aumentos de tipos de interés guardan un cierto equilibrio entre dos objetivos igualmente deseables, pero contradictorios: su utilidad para luchar contra la inflación y el mantenimiento de un buen ritmo económico y de creación de empleo. La clave está en si el dilema inflación/crecimiento se resuelve anulando uno de sus dos términos. El deber de un banco central consiste en garantizar una inflación moderada (del 2%), sin perjudicar la actividad ni la ocupación. Una inflación desbocada, del 10%, distorsiona rentas, contrae la capacidad adquisitiva de salarios y ahorros y genera desconfianza inversora. Pero un dinero mucho más caro retraería la inversión, desincentivaría un endeudamiento prudente y dañaría el crecimiento.

No puede plantearse, por tanto, un dilema de blancos y negros, sobre todo cuando la cabalgada restrictiva de la influyente Reserva Federal de EE UU encarece el dólar y arrastra al resto de sus colegas. Las herramientas de los bancos centrales apenas sirven para contrarrestar directamente las inflaciones de oferta (como la actual, asentada sobre los precios de energía y alimentos), o lo hacen solo de forma indirecta, para desanimar a la demanda de repercutir los aumentos de precios, los temidos efectos de “segunda ronda”.

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El acierto o el fracaso de esas decisiones estriba en la cantidad de cada aumento y en el resultado de su secuencia. El “tipo natural” de interés para mantener una inflación al 2% se ubica de forma convencional en torno al 1,5%. El Banco de España defiende que el final de ese ciclo alcista debería situar los tipos en el 2,25%-2,50%. Si eso es así (y todo en esta materia, como en tantas, admite discusión) el paso seguiría siendo angosto, pero practicable. La línea roja podría presentarse en los próximos meses, si los halcones monetarios exageran sus exigencias, algo casi congénito en ellos, restrictivos casi en cualquier circunstancia, y entonces deberá denunciarse.

Mientras tanto, cabe reconocer el acierto de rebajar el exceso de privilegio en la bonificación de los intereses a la banca privada por mantener su exceso de liquidez en las cuentas del BCE, unos “beneficios caídos del cielo” derivados de la crisis provocada por la pandemia, cuando urgía garantizar la transmisión del crédito. Es una decisión muy técnica, pero con una traducción sencilla: menos beneficio para los bancos, que ayer cayeron en Bolsa. Es evidente que eso debilitará las posiciones fáciles de liquidez y solvencia de los bancos. Por ello, no hay que apelar a un posible deterioro de esas posiciones como argumento contra el impuesto español al sector financiero por sus ganancias extras debidas a las alzas de tipos, puesto que sus efectos sobre la solvencia y el crédito en todo caso serán menores que los de las medidas adoptadas ayer en Fráncfort. El BCE no debe deslegitimar ese impuesto, como si fuera cautivo de quienes más le frecuentan y cortejan: los bancos.

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