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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Reino Unido: de gobernar las olas a hacer pasar el mar por un embudo

El abrazo al nacionalpopulismo y el abandono de los valores de pragmatismo y confianza en el conocimiento dejan a los británicos sin los instrumentos adecuados para afrontar los retos de esta época

Liz Truss
Liz Truss, durante el anuncio de su dimisión como primera ministra británica, el jueves.HENRY NICHOLLS (REUTERS)
Andrea Rizzi

Hubo un tiempo en el que el Reino Unido gobernaba las olas. Hoy, parece hundirse cada vez más en el absurdo y triste intento de hacer pasar el mar por un embudo, usando una metáfora de Italo Calvino que viene bastante a cuento.

El colapso del Gobierno de Liz Truss en tan solo mes y medio es el nuevo apogeo —quien sabe cuán pronto puede haber otro— de la deriva patrocinada por el Partido Conservador, que ha alejado a los británicos de los valores de pragmatismo, método y confianza en el conocimiento que cultivaron en grado excelso en el pasado. Todo el camino que condujo hasta el Brexit y el aparatoso caos actual son el triunfo de valores en las antípodas: el desprecio a los hechos y a los expertos, a la competencia, a la ponderación. Ésa es la bandera izada en el Reino Unido, con la irresponsable aportación de tantos políticos y tantos medios.

El resultado de esa deriva es encontrarse hoy en una posición y con un instrumento totalmente inadecuado para afrontar la realidad: con un menudo, rígido embudo para encarar la enormidad del mar, de las olas y corrientes que agitan de forma asombrosa el tiempo moderno a escala global. La falacia de creer que solos iban a recuperar el control y que la pertenencia a la Unión Europea era la fuente de los males. El bailar al compás de esa ensoñación nacionalpopulista, y seguir en una huida hacia adelante sobre la base de mantras sin fundamento, de contorsionismos sin verdad.

Desde el Brexit de Boris Johnson, que abrió una frontera entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte sin querer reconocerlo primero y sin querer asumir las consecuencias después, hasta los apocalípticos recortes de impuestos de Liz Truss desprovistos de cobertura financiera, todo suena a lo mismo: insuficiente grado de seriedad y madurez, entrega al populismo. Equipados con tan solo ese embudo ideológico, resulta complicado afrontar la realidad. Inevitablemente, los nudos van llegando al peine. En forma de fiestas escandalosas y mentirijillas que indignan a la ciudadanía, en forma de mercados que no están para errores básicos. Más vendrán.

Mientras Truss anunciaba su dimisión, al otro lado del canal, los líderes de los Veintisiete se reunían para seguir en la laboriosa búsqueda de respuestas comunes a los desafíos modernos. Claro está, no faltan fallos en su gestión. Por supuesto, se detectan egoísmos. Sin duda, se va muy lento. Pero la magnitud del abismo que separa Downing Street/Westminster de Bruselas debe ser motivo de reflexión. Sigue dominando en este lado del canal el pragmatismo, el método, la confianza en los conocimientos y la búsqueda de los hechos y de los compromisos. Distan de ser perfectos, estos buques de la flota en la que vamos, pero cuán mejores resultan para afrontar el mar global que encararlo a cuerpo desnudo con un embudillo ideológico nacionalpopulista como única herramienta en la mano. Tenemos brújula y astrolabio, amplia tripulación. Navegamos. Pero no hay motivos para relajarse, porque síntomas de nacionalpopulismo, de ver el mundo con dos embudos como gafas, no faltan en el Viejo Continente.

“Hacer pasar el mar en un embudo” es una metáfora que Italo Calvino utilizó, en un sentido muy diferente, refiriéndose a una novela de Natalia Ginzburg, Las palabras de la noche. “La poesía siempre ha sido eso: hacer pasar el mar en un embudo”, escribió. Eso es justo lo que logró Ginzburg en esa conmovedora pequeña novela en la que entra perfectamente canalizada toda la vida, todas las emociones. Pero la literatura es una cosa, la política otra.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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