Me-no-pau-sia
Con los estrógenos se te desploman también el calcio, el ánimo, las turgencias. Mejor abordarlo con humor que sufrirlo en silencio, como las hemorroides, el tercio de vida que vamos a pasar con ello


Ayer pasé por una de esas tiendas en las que timan a los turistas vendiéndoles a precio de rodio souvenirs de España fabricados en China, y se me fueron los ojos a uno de los horrores expuestos en la vitrina. Un abanico rojo rabioso con la siguiente leyenda en amarillo pollito: “¡Putos sofocos!”. Me sentí tan aludida que a punto estuve de comprármelo por reírme de mí misma, antes de que mi yo remilgado me cortara el rollo soltándome a la jeta: déjate, loca, que una cosa es andar de estrógenos caídos y otra colgarte el cartel de menopáusica y que te miren cual desecho de tienta. Me acordé entonces de una antigua compañera, de aquellas que les tiraban el sostén a los grises en señal de rebeldía feminista, que, cada mes, cumplidos ya los 60, aún preguntaba a grito pelado quién tenía una compresa en una oficina infestada de tíos y de jefes, valga la redundancia, por si alguien dudaba de que seguía siendo joven y útil. La prejubilaron al poco.
Que sí, que ya, que vale. Claro que hay otros temas más urgentes a los que hincarles el diente con la que está cayendo. Absténganse de seguir leyendo los y las que opinan que hablar de la regla, y de su ausencia, es ordinario, soez, innecesario, de pésimo gusto. Pero lo que no se nombra no existe, y nunca es buen momento para abordar según qué asuntos. Cierto que los hombres tampoco hablan de sus altibajos de testosterona, de sus cositas de la próstata, ni de sus disfunciones eréctiles, más allá de esas míticas cuñas radiofónicas de “Energisil Vigorrr, gor, gor, gor”, que, más que pregonar un potenciador de la erección, parecen glosar un derbi histórico. Pero, en el fondo, se trata de lo mismo. Del miedo y la vergüenza de unas y de otros a hacernos viejos en todos los mercados. Y, a estas alturas, mujeres y hombres deberíamos haber superado los tabúes y ser capaces de hablar de lo nuestro con rigor, humor y llamando a las cosas por su nombre. Empiezo yo misma. Con el climaterio se te desploman los belfos, la libido, el calcio, el ánimo y las turgencias, en efecto, pero casi todo eso puede aliviarse y peor es morirse. Mejor abordarlo con naturalidad que sufrirlo en silencio, como las hemorroides, el tercio de vida que, con suerte, vamos a pasar con ello. Así que venga, chicas —y chicos— no es tan difícil. La eme con la e: me. La ene con la o: no. La pe con la a y la u: pau. La ese con la i y la a: sia. Me-no-pau-sia. Hoy mismo pillo el abanico.
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