Alguien que me quiere mucho me trajo esto
La UE debería obligar a los extranjeros que hacen turismo en la ciudad estos días a pegar en sus coches una pegatina con las criadillas del cornúpeto de Osborne recortadas contra una bandera roja y gualda
Cuando empezó toda esta mandanga de la pandemia a esos medios de comunicación llamados “televisiones generalistas” que se han propuesto volver completamente locos a nuestros mayores les gustaba mucho poner en bucle imágenes de las tiendas de recuerdos del centro de Madrid tristes y vacías, porque si los turistas habían desaparecido, ¿quién iba a comprar ahora ese imán con la silueta de las Torres Kio en el que se podía leer “De Madrid al cielo”? ¿quién querría comprar un torito de Kukuxumusu vestido con traje de flamenca? ¿quién iba a hacerse con una de esas camisetas que reza “Alguien que me quiere mucho me trajo esto de Madrid”?
Pese a ser la sede de una de las empresas textiles más potentes del planeta, nos hemos dado cuenta de que nuestro país no tenía capacidad ni para fabricar sencillos bozales de tela.
Pensado con cierta perspectiva, casi mejor. Durante esos meses en los que descubrimos que, pese a ser la sede de una de las empresas textiles más potentes del planeta, nuestro país no tenía capacidad ni para fabricar sencillos bozales de tela, era más inteligente que nada que no fuesen EPIS pudiese saturar las principales vías comerciales del mundo, que entonces creíamos aéreas (¿cuántas veces vimos la imagen de aquel avión de Aeroflot abierto en sección y lleno de contenedores que traían material médico desde China?) pero que ahora, gracias al Ever Given, sabemos marítimas.
Los souvenirs que se venden en Madrid, igual que los de Luxor, se fabrican en el mismo lugar que las mascarillas: China. Me cuenta mi cuñado, que no tiene nada de cuñao, que cuando atraviesas el Canal de Suez (él lo ha hecho dos veces) se suben al barco junto con el práctico que dirige las operaciones unos cuantos maromos más cuyo único propósito y función es venderle a la tripulación visitante souvenirs de Egipto. Mi cuñado me cuenta también que más te vale comprarles algo porque de lo contrario se genera muy mal ambiente durante la travesía y nadie quiere eso, dado que el periplo -en circunstancias normales y si la nave no encalla- dura un día y medio.
Conclusión: mi hermana tiene varios papiros enmarcados en las paredes de su casa, una bola de cristal en cuyo interior nieva sobre las pirámides encima de la tele y una cajita con la cara de Tutankamón donde guardan caramelos de violeta. A mí me encanta imaginarme a los rudos marineros de Suez subiéndose a una fragata y diciéndole a oficiales con las espaldas más anchas que armarios: “Souvenirs, artículos de coña”, como le decían a Omar Sharif, el actor egipcio más famoso de todos los tiempos, en Top Secret. Pero si lo piensan bien es una idea buenísima: de hecho, la Unión Europea debería obligar a los extranjeros que vienen a Madrid estos días (so pena de mal rollo con las autoridades) a comprar en las tiendas de Gran Vía una pegatina con las criadillas del cornúpeto de Osborne recortadas contra una bandera roja y gualda y que, de regreso a casa, las pongan en el coche. Que se vea bien claro que más allá de los Pirineos también hay cuñaos.
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