El duelo antes del duelo
Paloma Bravo narra en ‘Una historia de amores’ la devastación y el amor que desata en una familia la enfermedad mortal de un ser querido. El desamparo. Las despedidas sin despedirse
El día que cumplí 40 años me hice vieja de repente. Era plenísimo verano. A mi padre acababan de diagnosticarle el mal que iba a llevárselo por delante y, aprovechando que lo vi en la piscina, cometí el error de abordar a un vecino, médico especialista en la materia, y preguntarle qué futuro le esperaba a mi viejo. El hombre, contrariado quizá por tan desagradable asalto en su tiempo libre, me espetó que si de verdad quería saberlo y procedió a explicármelo con pelos y señales y sin paños calientes. No sé ni qué le dije. Solo que sentí evaporarse mi juventud y caerme encima a plomo 30 años más de los que cumplía. Lo que sucedió en los seis meses siguientes fue, exactamente, lo que dijo mi vecino que ocurriría. Todo inexorable en tiempo y forma, un caso modélico de evolución de la enfermedad a mayor gloria de las estadísticas. Lo que pasó en la vida de mi padre, de mi madre, de mis hermanos y la mía durante ese medio año solo lo sabemos nosotros. Nadie habla de ello. Nadie quiere escucharlo. Calla, calla. Total, todos vamos a morirnos. Para qué adelantar acontecimientos.
Paloma Bravo sí que ha hablado. Es más, lo ha escrito maravillosamente en un libro. En Una historia de amores, la escritora y periodista cuenta exactamente eso. Su vida y la de los suyos durante el año y medio que transcurrió entre el diagnóstico fatal de su padre, Julián, y su muerte a los ochenta y pocos años. Una edad perfectamente razonable para morirse para todos menos para quien le toca y para los suyos. Paloma narra la devastación y el amor que desata en una familia la enfermedad mortal de un ser querido. Las esperanzas ciertas y las falsas. El desamparo. La noria de emociones. Las despedidas sin despedirse. El duelo antes del duelo. Esa maldición despachada como ley de vida por todo el mundo menos por quien le va la vida o la razón de su vida en ello. La brava Bravo logra, llamando a las cosas por su nombre, llamarte por el tuyo a cada párrafo y, si aún no te sientes aludido, te sentirás en algún momento. Leerla duele y consuela, como casi todo lo que cura, aunque no la tenga. El día que murió mi padre, por cierto, fui a ver a mi vecino el médico a darle las gracias y a pedirle disculpas. Disculpas por haberle estropeado aquel rato de piscina aquel verano. Gracias por salvar otras vidas, aunque con mi padre no pudiera ser y, además, fuera imposible. Nunca se sabe.
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