Diada de parte y desunida
Los últimos 10 años han visto el auge, colapso y declive de la unidad del independentismo en Cataluña
La afirmación independentista en que se convirtió la Diada del 11 de septiembre desde 2012 es este año la consagración de la división entre sus dos fuerzas mayoritarias, y ambas integradas en el Gobierno de la Generalitat, ERC y Junts. Organizada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC), y muy secundariamente por Òmnium Cultural, este año la convocatoria ha causado una indisimulada incomodidad en el partido que preside la Generalitat, ERC. Pere Aragonès no acudirá a la convocatoria de hoy, como tampoco lo harán el resto de los consellers de ERC, ni está previsto que acudan Oriol Junqueras ni Ernest Maragall, candidato a la alcaldía de Barcelona. El lema que aduce ANC, ya bajo la nueva presidenta, Dolors Feliu, evoca la variación de una frase viralizada (“Volveremos a hacerlo”): “Volvamos para vencer: ¡Independencia!”, pero con el negro como color dominante de la marcha frente al clásico amarillo. No ha cambiado solo el color, sino también las expectativas que mueven a los distintos sectores del independentismo.
Los cinco años transcurridos desde septiembre de 2017 han actuado como lenitivo del trauma vivido por la sociedad catalana y española en aquellas fechas. El intento de sabotaje desde dentro del sistema democrático que emprendió el Gobierno independentista, entre el 6 y el 7 de septiembre y el 1 de octubre, redujo a cenizas la ya exigua confianza en una solución negociada a las múltiples causas políticas que enfrentaron a dos Gobiernos democráticos desde la aprobación del nuevo Estatut en el Parlamento catalán (y español) y la sentencia del Consitucional en 2010. Aunque nunca fue muy afortunada la metáfora del suflé para aludir a la movilización independentista que arrancó de forma auténticamente masiva en 2012, hace 10 años, y bajo el impulso de una recién creada ANC, la realidad es que las formaciones políticas de ese signo han ido divergiendo en su estrategia política. ERC pareció descartar después de 2017 la rebelión contra el orden constitucional y legal, pero asumió también que no tiene el respaldo de una mayoría cualificada de catalanes. La apuesta de Pere Aragonès por la mesa de diálogo (que va a reunirse en los próximos días) y la política institucional choca con el irredentismo de Junts, que entró en el Gobierno que preside ERC sin digerir la frustración de perder la presidencia y ha ido acentuando la insumisión institucional que encarna como nadie la recién destituida presidenta del Parlament, Laura Borràs.
El lema de 2012 —”Cataluña, nuevo Estado de Europa”— alentaba un salto cualitativo que respaldó una impresionante manifestación con centenares de miles de personas capaces de colapsar buena parte del centro de Barcelona. Hoy el escenario ha variado radicalmente: la desunión del independentismo está en la calle y en las instituciones, y mientras unos apuestan por la negociación política con el Gobierno de Pedro Sánchez, otros alientan el discurso de la ruptura.
Lo que no ha recuperado la Diada del 11 de septiembre es su valor colectivo como celebración comunitaria. Ha sido secuestrada por el independentismo intransigente, el que se absuelve a sí mismo de cumplir con la legalidad democrática y exige a los demás hacer lo mismo, tanto si los catalanes se sienten mayoritariamente impulsados a abandonar el Estado español como si no. La celebración del día nacional de Cataluña sigue siendo cosa de parte, aunque cada vez más pequeña.
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