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Columna
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Democracia de poetas

¿Cómo debe funcionar una democracia? ¿Tiene la ciudadanía que limitarse a elegir a sus representantes cada cuatro años o es mejor si participa también en la toma de decisiones?

Ciudadanos esperan los resultados del plebiscito, en la Plaza Italia de Santiago (Chile).
Ciudadanos esperan los resultados del plebiscito, en la Plaza Italia de Santiago (Chile).Alberto Valdes (EFE)
Víctor Lapuente

¿Cómo debe funcionar una democracia? ¿Tiene la ciudadanía que limitarse a elegir a sus representantes cada cuatro años o es mejor si participa también en la toma de decisiones? Es evidente que la democracia representativa está en crisis. Incluso en el rincón del planeta donde el liberalismo está más salvaguardado de las tormentas autoritarias, la Europa occidental, apenas la mitad de las personas creemos en nuestros parlamentos y partidos políticos. Lo que no es obvio es cómo mejorar el sistema. Una de las fórmulas más atractivas es la democracia deliberativa, en la que ciudadanos “de a pie” debaten sobre un tema y el resultado de esas discusiones se somete luego a un referéndum popular. Todo sin el concurso directo de los partidos, sin contaminación electoralista. Política sin procesados, como el real food.

Pero ¿qué resultados da la real politics? El veredicto está en el aire. La democracia deliberativa ha unido a un país bastante dividido ―Irlanda, sobre el aborto y el matrimonio homosexual― y ha dividido a un país bastante unido ―Chile, sobre la reforma constitucional, rechazada en las urnas este domingo―.

Irlanda, la tierra de los poetas (del hemisferio norte), recurrió a un modelo modesto y cerrado: asambleas de ciudadanos, elegidos en su mayoría de forma aleatoria, que discutían unos asuntos concretos y sensibles en una sociedad tan católica, como los derechos de las personas homosexuales y la interrupción voluntaria del embarazo. En ambos casos, a los participantes les ocurrió lo que nos sucede a todos cuando, en una cuestión candente, expertos de un lado y del otro nos exponen calmadamente sus argumentos: nos enfriamos. Y, en consecuencia, somos capaces de llegar a posiciones razonables. Esa moderación cristalizó naturalmente en las propuestas que salieron de las asambleas irlandesas y, a continuación, una mayoría del país aprobó holgadamente en referéndum el matrimonio homosexual (2015) y la despenalización del aborto (2018).

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Chile, la tierra de los poetas (del hemisferio sur), optó por un modelo ambicioso y abierto: una convención para reescribir toda la Constitución. La asamblea apartidista acabó elaborando un texto fervientemente partidista. A sus miembros les pasó lo que nos acontece a todos cuando el límite es el cielo: que pedimos la luna. O, en este caso, los astros que tiritan, azules, a lo lejos. @VictorLapuente

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