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columna
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Futuro y pasado de la derecha

Estamos en la antesala de un cambio sistémico en la política, entre quienes se decantan por el amor y el odio al capitalismo

Ted Cruz
El senador republicano Ted Cruz ofrecía en febrero una rueda de prensa en el Capitolio de Washington junto con otros representantes de su partido.WIN MCNAMEE (AFP)
Víctor Lapuente

¿Qué políticos dicen que las grandes tecnológicas son “malévolas”, “corruptas” y “enemigas de nuestra civilización”? ¿Quiénes consideran que las multinacionales “no son nuestro aliado” y ven a sus ejecutivos como contrarios ideológicos que conspiran para “destruir nuestra forma de vida”? ¿Quiénes han iniciado una cruzada de amenazas y regulaciones contra las gigantescas Disney o BlackRock?

Fácil. Alberto Garzón o Irene Montero. Quizás Yolanda Díaz. Y Pablo Iglesias, claro.

Pues no. Son distinguidos republicanos, como los senadores Ted Cruz y Marco Rubio, o aspirantes a serlo, como J. D. Vance. Su partido, al frente de una tendencia que engulle a las derechas de otros países (como Francia), se está volviendo anticapitalista.

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La izquierda cree que es mera hipocresía: aunque los políticos de derechas usen una retórica contra las grandes corporaciones, sus políticas las favorecen. Pero, ¿por qué ahora? Tradicionalmente, el discurso probusiness les ha funcionado bien a los conservadores, de Ronald Reagan a Isabel Díaz Ayuso. ¿Y por qué renunciar a las siempre suculentas donaciones de empresarios multimillonarios?

Estamos en la antesala de un cambio sistémico en la política. Derechas e izquierdas están intercambiando su amor y odio por el capitalismo. Mirado con perspectiva, no es una mutación excepcional, sino un retorno a la norma, a la divisoria primigenia de la primera democracia moderna entre los partidarios del poder local (los jeffersonianos) y los del Gobierno federal (los hamiltonianos). De estas raíces crecieron dos tallos opuestos, dos filosofías incompatibles, no solo sobre la política, sino sobre la propia naturaleza de la verdad. Los jeffersonianos priorizan la cultura de un lugar (apego a la Biblia o a las libras y onzas) y los hamiltonianos, la razón universal (adherencia a los derechos humanos o a la tecnocracia del Fondo Monetario Internacional). Los jeffersonianos temen lo que el antimonopolista Louis Brandeis llamó la “maldición de ser grande”, los problemas que generan las corporaciones, o los gobiernos, descomunales. Y las derechas de hoy están retornando a este particularismo jeffersoniano.

Mientras, las izquierdas abrazan de nuevo el universalismo hamiltoniano, y muchos de los altermundistas que se manifestaban en Seattle o Génova son ahora declarados globalistas. Bienvenidos a la contienda del futuro, y el pasado, por el corazón de las democracias.

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