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Columna
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Todo según lo previsto

La fuerza militar es la única carta que le queda a Putin para mantener la ficción de que Rusia es todavía una superpotencia

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, asiste a un desfile con motivo del Día de la Marina en San Petersburgo, Rusia, pasado 31 de julio.
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, asiste a un desfile con motivo del Día de la Marina en San Petersburgo, Rusia, pasado 31 de julio.MAXIM SHEMETOV (REUTERS)
Lluís Bassets

Imperturbable Vladímir Putin. De derrota en derrota, nada le desvía de su propósito. No pudo derrocar a Zelenski en su guerra relámpago. Tampoco recuperar entero el Donbás. Lleva ya medio año atascado, pronto en el barro y la nieve, pero nada parece afectarle. Si se hace difícil pensar que Ucrania recupere el territorio perdido desde 2014, más difícil todavía se antoja la conquista y anexión de Ucrania por Rusia como era su propósito.

No, Putin no podrá doblegar la voluntad de Ucrania, pero tampoco Ucrania conseguirá que Putin dé su brazo a torcer. Está excluida su derrota total, tal como la sufrieron la Alemania de Hitler y el Japón imperial. Rusia no reúne ni de lejos las condiciones para tal revés, una ocupación y un cambio de régimen como el que impusieron los aliados a alemanes y japoneses. Solo su caída podría dar la victoria a Ucrania. Como con el zar en 1917 o el káiser en 1918, derrota y cambio de régimen forman buena pareja.

Porque Putin lo sabe, su guerra está mutando. De guerra convencional en solitario contra Ucrania, a guerra globalizada contra Washington. Puede que en la guerra pequeña se haya llegado al punto crítico, cuando el ataque pierde impulso, tal como indican numerosas señales, como son los contraataques ucranios en Crimea e incluso en territorio ruso. Pero en la guerra grande el momento lo marcarán la energía, los alimentos, la inflación y, al final, el apoyo de los ciudadanos con sus votos a los gobiernos ahora aliados de Kiev.

El invierno será la estación propicia. Si Putin encuentra resistencias internas. Si la ayuda militar reforzada a Ucrania le permite recuperar algo del territorio perdido. Si Italia no cambia de bando. Si el republicanismo trumpista no gana las elecciones de mitad de mandato. Si Xi Jinping tropieza en su ascenso hacia la presidencia vitalicia. Quizás entonces se abra una ventana para la negociación y la paz. Todo según lo previsto por el estratega del Kremlin, que persistirá en el solitario objetivo de su presidencia sinfín: hacer valer lo único que tiene para seguir jugando en el tablero mundial como si Rusia fuera todavía la superpotencia que ya no es. Y esto es el uso brutal de la fuerza militar bajo una voluntad política dispuesta a sacrificarlo todo, excepto el poder personal.

Pocos son capaces de jugar a esta sola carta. China, que también la tiene y está dispuesta a jugarla en Taiwán, tiene otras mejores que no quiere perder en un mal envite iniciado por su vecino y sin embargo amigo. Irán la tiene y ya la ha jugado en clave menor, como corresponde a su tamaño. Para que Ucrania venza primero en las trincheras, Washington y Bruselas deben vencer también en los campos de la energía, la economía, la democracia y la diplomacia internacional, es decir, en las alianzas. Contando con que Putin seguirá diciendo que todo transcurre según lo previsto, en pos de su orden mundial organizado bajo la ley de la fuerza.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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