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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La adaptación de Macron

El presidente francés ha logrado encontrar una salida legislativa válida tras la nueva correlación de fuerzas en la Asamblea

Macron
Emmanuel Macron, este viernes en Bormes-les-Mimosas en la celebración del 78º aniversario del desembarco aliado en Provenza durante la Segunda Guerra Mundial, que contribuyó a liberar el sur de Francia.ERIC GAILLARD (REUTERS)
El País

El parlamentarismo se aprende andando, como la democracia, y eso es lo que le está pasando al presidente francés, Emmanuel Macron, tras el revés que sufrió en las legislativas de junio. Durante su primer quinquenio en el palacio del Elíseo, entre 2017 y 2022, se acostumbró a gobernar con un rodillo parlamentario. En las legislativas, celebradas poco después de la reelección de Macron en las presidenciales, los macronistas ganaron pero quedaron lejos de la mayoría absoluta. Saltaron las alarmas.

Pero un primer balance permite afirmar que ni el caos se ha adueñado de la política francesa, ni el país se ha vuelto ingobernable, ni Macron tiene por qué ser un presidente irrelevante en lo que queda de su segundo y último mandato. En la primera sesión de la nueva Asamblea Nacional se vieron golpes de efecto y teatro parlamentario, salidas de tono e invectivas, pero también debates serios y negociaciones que permitieron a la bancada gubernamental adoptar las tres primeras leyes del nuevo quinquenio: un plan ambicioso para proteger el poder adquisitivo de los franceses ante la inflación y la crisis económica derivadas de la invasión rusa de Ucrania, una corrección de los presupuestos para financiar ese plan y el fin de las medidas de excepción por la pandemia. Para lograrlo se apoyó en Los Republicanos, el partido de la derecha tradicional, que podría convertirse en muleta eficaz del macronismo.

Los beneficios del nuevo tablero político francés son evidentes: más deliberación, más parlamentarismo, más democracia en un Parlamento que representa con mayor fidelidad que el anterior la realidad de una parte del país profundamente descontento con las élites y el sistema y tentada por el voto extremo. El problema de la nueva Asamblea no es la parálisis: Macron encontrará probablemente el modo de aprobar leyes. El problema, y lo que le diferencia de su vecino del Norte (Alemania) e incluso del del Sur (España), es que en Francia la única alternativa al poder se encuentra en los márgenes del sistema: los dos grupos más fuertes de la oposición son la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional y la izquierda euroescéptica y anticapitalista de La Francia Insumisa, al frente de una alianza heterogénea que integra a formaciones más moderadas como el disminuido Partido Socialista.

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Para Macron, lo difícil empieza ahora. Los nuevos presupuestos, la explosiva reforma de las pensiones o una nueva legislación migratoria, impulsada por el ala derecha de su grupo, serán huesos mucho más duros que las leyes de este verano. Está por ver si los compromisos con la derecha servirían para estos proyectos o si el presidente podrá buscar alianzas puntuales con el centroizquierda. Y es una incógnita si su propio campo mantendrá la unidad ante las diferencias ideológicas y la competición por sucederle en 2027. El presidente dispone en todo caso de la herramienta de la disolución parlamentaria y la convocatoria de nuevas elecciones. Vienen tiempos complicados en Europa, sometida al desafío de la guerra de Putin, la amenaza de un invierno de restricciones energéticas y el empuje de una extrema derecha más disciplinada. La solidez y la estabilidad no deben ser en absoluto incompatibles con un Parlamento más poderoso y vibrante.

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