Macron logra aprobar las primeras leyes del quinquenio con el apoyo de la derecha
Pese a los temores de una Francia ingobernable tras las legislativas, el Parlamento adopta el paquete de medidas contra la inflación y el presidente impulsa su agenda
Francia, a fin de cuentas, no es ingobernable. Ni la Asamblea Nacional es un caos. Poco más de un mes habrá bastado para desmentir los augurios tras el revés que sufrió Emmanuel Macron en las elecciones legislativas del 19 de junio. Ese día, el presidente francés perdió la mayoría absoluta parlamentaria que, en los cinco años anteriores, le había permitido gobernar con comodidad.
Un mes y medio después, el balance para el centrista Macron, reelegido en las presidenciales de abril, es menos sombrío. Mientras el presidente de la República veía cómo caían sus colegas Mario Draghi en Italia y Boris Johnson en el Reino Unido, él ha logrado que se aprobasen, con el apoyo de la derecha de Los Republicanos (LR), las primeras leyes de la legislatura, auténtica prueba para la gobernabilidad del país.
“Por ahora Francia no es ingobernable”, admitía la semana pasada en los pasillos de la Asamblea Nacional, Manuel Bompard, diputado del partido anticapitalista y euroescéptico La Francia Insumisa (LFI) de Jean-Luc Mélenchon. “La razón es que hay una especie de mayoría heteróclita entre LREM [las anteriores siglas del partido de Macron, ahora Renacimiento] y Los Republicanos. La cuestión es si esta mayoría es duradera”.
Los grupos que apoyan a Macron (Renacimiento, Modem, Horizontes) se han encogido y actúan con más humildad: suman 250 diputados, lejos del umbral de la mayoría absoluta, de 289. La izquierda, antes dividida, se ha unido y ha ampliado sus dominios: la NUPES o Nueva Unión Popular Ecológica y Social (la alianza formada por La Francia Insumisa, socialistas, ecologistas y comunistas) suma 151 escaños. Y la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional (RN) ya no es un grupúsculo sin derecho a grupo parlamentario: ahora tiene 89 parlamentarios. Y Los Republicanos, 62.
El centro de gravedad político se ha desplazado. Desde el palacio del Elíseo, la sede presidencial en la orilla derecha del Sena, al palacio de Borbón, sede de la Asamblea, en la orilla izquierda.
El martes 2 de agosto era el día de la última sesión de control al Gobierno antes de la pausa veraniega en la Asamblea Nacional, y desde la tribuna de prensa del hemiciclo se desplegaba el nuevo paisaje político: un centro disminuido, unos extremos en expansión, y un jaleo constante que da pie a lecturas contrapuestas. Unos se quejan del show y las intervenciones diseñadas para alimentar las redes social. Otros creen que ya era hora de que Francia tuviera una vida parlamentaria vibrante.
“Hacía tiempo que no ocurría nada en la Asamblea Nacional, y por fin ocurre algo”, celebró ante los periodistas Marine Le Pen, líder del RN. “Ahora es aquí donde se desarrolla el combate político”.
En este arranque de la XVI legislatura de la V República no ha faltado una moción de censura de la izquierda: la primera ministra, Élisabeth Borne, la superó con facilidad. Ni polémicas como la del uso de la corbata: Le Pen obliga a sus diputados a llevarla, en la izquierda es poco habitual y un dirigente de la derecha propuso que fuese obligatoria en el hemiciclo. No han faltado, tampoco, debates económicos de calado: ¿necesita Francia, uno de los países occidentales con una mayor presión fiscal, imitar a sus vecinos como España y adoptar un impuesto para las empresas que, como las petroleras, están obteniendo enormes beneficios durante la crisis? La respuesta de Macron (y de la derecha): no.
Las principales leyes adoptadas en el último mes son tres. La primera pone fin a la legislación de excepción sanitaria ante el coronavirus. La segunda busca reforzar el poder adquisitivo de los franceses ante la inflación e incluye, entre otras medidas, un aumento de las pensiones y los subsidios, la congelación del precio del gas y un tope para el de la electricidad, la reducción del precio del carburante en las gasolineras, las facilidades para trabajar más horas cobrando más y la eliminación del impuesto para la radiotelevisión pública. La tercera es una rectificación del presupuesto para afrontar estos gastos y otras medidas ante el aumento de los precios.
La adopción de estas leyes ha resultado laboriosa. Los partidarios del presidente han debido buscar consensos, algo a lo que el rodillo macronista del anterior quinquenio no estaba acostumbrado. Ha habido bronca, enmiendas que han dejado al Gobierno en minoría y lamentos sobre la política espectáculo. Pero Francia no se ha paralizado.
Lo resumía hace unos días el historiador Jean Garrigues en la cadena France Culture: “Es una ocasión para demostrar que en el marco del Parlamento, es decir, de la deliberación y de la discrepancia regulada, se puede ser eficaz y reformar”.
Stéphane Vojetta, diputado macronista por la circunscripción que engloba a los franceses residentes en España, señala: “A veces es un poco caótico, hemos pasado noches enteras para adoptar estas leyes, La Francia Insumisa en particular intenta frenar el proceso parlamentario. Pero la realidad es que avanzamos según el ritmo previsto”.
Los macronistas se han apoyado en el cuarto grupo: LR, la derecha tradicional del presidente Nicolas Sarkozy, hoy próximo a Macron. Pese a su derrumbe progresivo en las últimas elecciones, este partido ha optimizado su escasa fuerza parlamentaria y ha asumido un papel clave en la gobernabilidad.
“No es una alianza, sino más bien un alineamiento de visiones sobre lo que pensamos que es bueno para Francia”, explica Vojetta. “Con frecuencia no se negocia: nos damos cuenta en el momento de la votación de quién votará por y quién contra”.
Tras perder la mayoría en las legislativas, una de las opciones de Macron era negociar una coalición gubernamental como las de España, Italia o Alemania. Lo descartó. Mantuvo a la primera ministra Borne. Confió en que, al negociar cada ley, encontraría los votos necesarios. Por ahora funciona. No es seguro que lo haga cuando la Asamblea Nacional aborde propuestas más controvertidas como la reforma de las pensiones. Al no existir ninguna alianza formal, todo puede saltar por los aires en cualquier momento.
La alternativa es crear un verdadero Gobierno de coalición. O disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones para buscar una mayoría más sólida.
“Muchos pensaban, o esperaban hace un mes, que inevitablemente habría una disolución”, observa el diputado Vojetta. “Pero yo ahora creo que podemos durar así cinco años”.
Macron debe lidiar con tres oposiciones. Los Republicanos, que controlan el Senado, como influyente muleta de Macron. El RN de Le Pen, que por primera vez toca poder real con vicepresidencias de la Cámara, se esfuerza por presentar una imagen institucional y alejada del ruido: ya piensa en las presidenciales de 2027. La izquierda de NUPES ejerce un papel más clásico de oposición, aunque con diferencias internas. Una línea más constructiva en el campo socialista, y alineada con Macron en la política exterior atlantista y europeísta. Y otra, la de LFI contraria a la OTAN y complaciente con China o Rusia, además de más contundente en las formas y propicia a los golpes de efecto.
“No hay show”, replica el diputado Bompard, de LFI. “Nosotros hacemos nuestro trabajo. Nos han elegido para defender unas ideas. Nos han elegido para oponernos a la señora Borne cuando dice que aumentará la edad de jubilación a los 65 años. Quienes nos han elegido no esperan que la aplaudamos. En una democracia hay una mayoría y una oposición”.
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