Dios y el demonio entran con fuerza en la campaña de Brasil
La esposa del presidente Jair Bolsonaro, una evangélica fervorosa, ha entrado de sorpresa en el duelo con una fuerza inesperada
La campaña electoral de Brasil acaba de arrancar como una especie de guerra santa protagonizada sobre todo por la esposa del presidente Bolsonaro, Michelle, una evangélica fervorosa que ha entrado de sorpresa en el duelo con una fuerza inesperada. De hecho había estado arrinconada durante este Gobierno sin que le dieran la más mínima importancia porque Bolsonaro no confía en las mujeres a quienes considera inferiores, tanto que es célebre su confesión de que su última hija después de tres hijos varones fue un “resbalón”, porque él hubiera preferido otro varón. Esta vez ante la sorpresa del presidente de que su esposa con su enardecido discurso religioso empezaba a ser más aplaudida que él en los actos públicos ha acabado también él enarbolando las banderas de Dios y del demonio que han acabado acaparando la atención nacional.
Todo nació cuando Bolsonaro y su gobierno se dieron cuenta de que las mujeres eran la mayoría de los electores y que su voto se inclinaba hacia Lula. Y en el diálogo con esas mujeres evangélicas generalmente las menos instruidas, el tema religioso podría ser decisivo. Y ahí empezó la guerra santa. Michelle resucitó de su ostracismo político y se lanzó al ruedo utilizando a Dios y a Lucifer en un país profundamente religioso y llegó a ganarle al mismo Lula en las redes sociales que empezaron a divinizarla.
Michelle consiguió desviar la pelea política de los temas que realmente afligen a millones de personas en este país para centrarlo en una batalla religiosa. Como ha escrito, Josué de Souza, autor de Religión, política y poder, “lo cierto es que este año más de una vez Dios y el diablo se fundirán”. Ambos candidatos, Bolsonaro y Lula, ya seguros contendientes a la Presidencia, se empiezan a presentar como enviados de Dios, acusándose el uno al otro de estar endemoniados.
Fue Michelle quien abrió el tema de que Lula y las izquierdas habían representado todos estos años al demonio en la residencia presidencial. “Por muchos años aquel lugar consagrado a los demonios hoy es consagrado a Jesús”, gritó en público. La primera dama en efecto realiza cada semana, en la sala del presidente, su marido, un culto religioso con pastores evangélicos y fieles. Una especie de exorcismo para alejar de aquel lugar a los demonios izquierdistas que, según ella, habían anidado allí y a quienes identifica como el mal contra el bien, una forma fácil para evitar un verdadero debate político. Michelle, que en un discurso de 13 minutos nombró 29 veces a Dios, llegó a afirmar bajo grandes aplausos: “Quien gobierna hoy Brasil no es mi marido, es Jesús”.
Ha sido Bolsonaro, quien en la línea de la nueva profeta de su esposa Michelle, ha alertado sobre “quienes persiguen y mandan cerrar iglesias y se consideran grandes cristianos que apoyan y alaban a dictaduras socialistas y se presentan como defensores de la democracia”.
Esa estrategia del bolsonarismo de evitar un verdadero duelo político y social en la campaña convirtiéndola en una guerra religiosa está llevando a Lula y a sus asesores a estar atentos a cómo deberán comportarse. Lula, que es también fogoso en sus discursos políticos contra la acusación de que si es elegido cerrará las iglesias evangélicas y la injuria de Bolsonaro de presentarlo como el demonio y enemigo de Dios, respondió que él era “un fariseo poseído por Satanás”. Sus asesores le están convenciendo, sin embargo, que no entre en la polémica religiosa con Bolsonaro y se centre en la crisis económica, en el hambre que ya padecen millones de personas y en devolver esperanza a un país que ha estado estos años atenazado por el odio y por el miedo a un nuevo golpe de Estado.
Entidades religiosas de varios credos están alertando de no caer en la trampa de la guerra santa ya que el bolsonarismo “practica un fundamentalismo peligroso característico de los regímenes fascistas”. Mientras tanto resulta curioso que tantos candidatos de todos los colores políticos, muchos reconocidos como agnósticos, aparecen, por si acaso, en la propaganda electoral visitando y rezando devotamente a los más variados templos evangélicos. O sea, una mano a Dios y otra al diablo.
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