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Columna
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Demasiado calor para la especie humana

Los argumentos negacionistas han quedado aniquilados. El desastre ya está aquí

Hamacas vacías en una pradera seca de Hyde Park, Londres, el 19 de julio, cuando Reino Unido batió su récord histórico de temperatura con 40,2 grados.
Hamacas vacías en una pradera seca de Hyde Park, Londres, el 19 de julio, cuando Reino Unido batió su récord histórico de temperatura con 40,2 grados.NIKLAS HALLE'N (AFP)
Javier Sampedro

No es solo España, porque Italia y Francia también están pasando este verano lo que no está en los registros. Ni siquiera es solo el sur de Europa, puesto que el Reino Unido ha roto el mercurio con unas cotas de 104 grados fahrenheit desconocidas hasta por la reina Isabel II, que nació en 1926. Eso son 40 grados centígrados, para los amantes del sistema métrico que opera fuera de Gran Bretaña y la Commonwealth, y constituirían una razón poderosa para no visitar Inglaterra en este momento de no ser porque el resto del continente se ha convertido también en un cocedero de mariscos.

En realidad, el planeta entero está sufriendo unas olas de calor extremo que no solo están dañando sus recursos socioeconómicos, sino también poniendo en riesgo la salud humana. Las temperaturas y la duración interminable de las olas tórridas están ya muy cerca del límite que puede soportar nuestra especie, que no evolucionó para esto ni lo hará en un futuro previsible. Es verdad que hay organismos, casi todos microbios, que pueden vivir en condiciones de torrefacción, pero eso requiere un metabolismo (la cocina de la célula) adaptado minuciosamente para soportarlas. También hay personas que soportan el calor más que otras, pero no hasta esos extremos. La situación no va a mejorar durante las próximas generaciones. Aun cuando elimináramos mañana mismo todas las emisiones de CO₂, cosa que tampoco va a ocurrir, los gases que ya hemos emitido seguirían achicharrando el planeta a lo largo de los siglos. La evolución no nos va a ayudar a soportarlo. Queridos amigos, estamos bien fastidiados.

En el oeste de Europa ya han muerto cientos de personas por choque térmico, y más lo harán mientras persista la actual ola de temperaturas extremas. Contra la intuición general, el calor ya mata más que el frío, y las olas de este verano no solo se distinguen por su intensidad exagerada, sino también por su duración desesperante. Lo normal era antes que, tras unos días de ola de calor, nos entrara la nunca bien valorada borrasca de las Azores por el oeste, pero este año no llega nunca.

Los encantadores truquitos caseros de bajar las persianas, cerrar las ventanas de día y abrirlas de noche y otros consejos del doctor Franz de Copenhague se han quedado más cortos que el cable de un cargador. A 30 grados un ventilador puede dar el pego, pero a 40 grados lo único que hace es tirarte a la cara el chorro de un secador de pelo. La única solución eficaz es el aire acondicionado, pero incluso los aparatos modernos de consumo optimizado agravan la raíz del problema —las emisiones de la compañía energética que te vende la electricidad— y deterioran tu ya no muy brillante cuenta corriente. Yo detesto tanto el calor que preferiría no comer antes que apagar el aire, pero entiendo que no todo el mundo tiene esas mismas prioridades.

Los climaescépticos, o negacionistas del calentamiento, llevan décadas regocijándose con las fechas lejanas de las que hablan las predicciones de los científicos. Saben que un desastre en 2100 no va a movilizar a nadie. Ese argumento ha quedado aniquilado para los restos. La catástrofe ya está aquí.

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