_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Rusia ríe, Europa tiembla

Para Moscú, contemplar cómo la poderosa Europa se siente fragilizada por tener que poner el aire acondicionado a 25 grados o la calefacción a 19 debe ser una causa de enorme orgullo nacional. Y de risotada

Gas Alemania
Varios tubos del gasoducto Nord Stream 1, en Lubmin (Alemania), en marzo pasado.HANNIBAL HANSCHKE (REUTERS)
Berna González Harbour

Los abuelos, los padres y los libros nos hablaron de posguerra, de no tener nada que llevarse a la boca salvo quien tuviera la suerte de ser de pueblo y poder plantar patatas, robar mazorcas de maíz o perseguir un gato para echarlo a la olla. Una vida que por fortuna la inmensa mayoría no hemos conocido. Mucho después de estas historias, en nuestro presente, la caldera solo nos da disgustos si se estropea, porque la llave del gas, como la del agua, son en general una verdad absoluta.

Pero es hora de conocer la vida de quienes han vuelto a situarse al otro lado del telón de acero, la familiaridad con la carestía de quienes nacieron no teniendo que apretarse el cinturón, sino con el cinturón apretado. Y en eso nos llevan ventaja.

En Moscú, no hace demasiados años, las autoridades cortaban el gas durante un largo mes a todo el mundo para llevar a cabo las “reparaciones”. Aquello sí que era una verdad absoluta. Día tras día, durante ese largo mes, el agua de la ducha que emergía desde tuberías oscuras era un chorro gélido que te espabilaba sí o sí. Qué decir del servicio de basuras, un misterioso canalón infestado de cucarachas que atravesaba todos los hogares y al que arrojabas los desechos intentando no detener la vista en los desperdicios ajenos que viajaban hacia el subsuelo. O de los productos de necesidad, una suerte de lotería que solo podía tocar a las abuelas que hicieran largas horas de cola, y no siempre.

La vida en Rusia ha sido dura, durísima, y los rusos han estado acostumbrados a que el paraíso del gas les cerrara el suministro por barrios o a que les faltara el pan. Y si a uno se le ocurría preguntar cómo aguantaban aquello, enseguida te recordaban que sus mayores resistieron el sitio de Leningrado comiendo el papel de las paredes que alguien debió considerar alimenticio mientras los alemanes les cercaban para estrangular su voluntad.

Para Rusia, Alemania es sinónimo de país invasor, Hitler casi se les come. Y Francia un poco antes, con Napoleón llegando a las puertas de Moscú, a un lugar todavía señalado para la memoria, como lo están aún escenarios como Borodino, donde se libró una batalla crucial contra los franceses.

Por ello, para Rusia, contemplar cómo la poderosa Europa se siente fragilizada por tener que poner el aire acondicionado a 25 grados o la calefacción a 19 debe ser una causa de enorme orgullo nacional. Y de risotada. Que el castigo de las sanciones aparezca como unas cosquillas a su economía mientras ellos ven temblar el continente europeo mientras juegan con la llave del gas debe ser la mejor serie de la temporada en su televisión. Mejor no les regalemos el espectáculo de nuestra división.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_