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De mar a mar
Columna
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Temores frente a un “inevitable” Lula

Brasil afronta unas elecciones con una fractura social inquietante

Carlos Pagni
Luiz Inacio Lula da Silva
Lula da Silva durante un evento en Porto Alegre, el pasado 1 de junio.DIEGO VARA (REUTERS)

Según los sondeos de opinión pública, Lula da Silva se encamina a ser el próximo presidente de Brasil. Datafolha, una de las encuestadoras más confiables del país, consignó el jueves pasado que el candidato del PT supera al actual presidente, Jair Bolsonaro, por 19 puntos. Lula tiene en ese estudio 47% de intención de voto y Bolsonaro 28%. Si se calcula cuánto obtendría cada uno descontando los votos en blanco y los votos anulados, Lula sacaría 53% y Bolsonaro 32%. Por lo tanto, de mantenerse este alineamiento, Lula llegaría a la Presidencia sin necesidad de ir a una segunda vuelta. Es decir, se consagraría el 2 de octubre, cuando se celebre la primera vuelta.

La competencia actual en Brasil presenta algunas peculiaridades llamativas. En principio, es raro que las tendencias sean tan estables. Tampoco es frecuente que, 100 días antes de los comicios, alrededor de dos tercios del electorado tenga su preferencia definida. La volatilidad remanente beneficia al tercer candidato, Ciro Gomes. Entre los que confiesan que todavía podrían cambiar su voto, 22% ve a Gomes como segunda opción.

De la investigación de Datafolha surge un dato muy revelador. Bolsonaro es el preferido del 28% de los consultados. Pero cuando se enfoca a quienes tienen ingresos de más de 10 salarios mínimos, esa opción sube al 47%. Quiere decir que en Brasil existe una fractura social inquietante. Por momentos, parece estar disimulada. Por ejemplo, es habitual que muchos hombres de negocios expresen sus reparos frente a Bolsonaro, casi siempre con argumentos de rechazo a su escandalosa incorrección política. Sin embargo, muchos de esos representantes de la alta burguesía terminan confesando que en las urnas apostarán por la reelección del presidente. ¿Está bien registrado ese voto avergonzado? Allí podría esconderse una sorpresa.

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La animadversión de la clase media alta y alta hacia Lula da Silva está relacionada con tres temores más o menos fundados. El primero afecta a los pequeños y medianos empresarios. Es el miedo a que con un regreso del PT se vuelva a una legislación laboral muchísimo más rígida y costosa. Ese partido se opuso a la flexibilización que impulsó Michel Temer y que fue aprobada por el Congreso en julio de 2017. Lula y sus colaboradores han hablado de “revocar” esa ley, lo que supone la reposición del régimen anterior. En las últimas semanas, hablan de “revisar”.

Un segundo foco de resistencia a la vuelta de Lula radica en el sector agropecuario. Allí Bolsonaro es visto como el garante de un orden. Se le atribuye haber puesto fin a las ocupaciones del Movimiento sin Tierra, que actuó siempre bajo la sombra protectora del PT. Los productores rurales le agradecen también haber facilitado la posesión de armas en sus fincas.

La tercera barrera que encuentra Lula en los sectores de mayores ingresos nace de la presunción de que con él puede producirse algún descalabro macroeconómico. En el horizonte brasileño comienza a aparecer alguna preocupación con la deuda pública en reales. Los desequilibrios fiscales hacen que el Gobierno tenga cada vez más dificultades para endeudarse a tasa fija a largo plazo. El mercado prefiere acortar los plazos y que los bonos ajusten de un modo u otro con la inflación. Son señales de la alarma que el candidato del PT activa en el sector financiero. Sobre todo, cuando anticipa que pretende modificar las regulaciones sobre el gasto público, eliminando su techo.

Este panorama vuelve más preocupante la falta de información sobre la visión económica de Lula. Él trata de despejar la incógnita diciendo que quien quiere saber cómo va a manejarse en ese campo cuenta con el antecedente de sus primeros gobiernos. Es una respuesta que instala otro interrogante: ¿él está advertido de que entre aquella experiencia y la que le tocaría encarar a partir del año próximo hay una diferencia abismal? Lula gobernó disfrutando, como todos sus colegas de América Latina, de una bonanza excepcional, derivada de los excelentes precios de las materias primas que exporta la región y que los asiáticos consumían sin restricciones. Hoy el mundo es otro, mucho más restrictivo y convulsionado.

Hay una segunda diferencia con esa otra experiencia del PT. En aquel momento existía un candidato a ministro de Hacienda, Antonio Palocci, que se había estado preparando durante varios meses para abordar la agenda de problemas que le aguardaba. Ahora la designación sería sorpresiva, en un contexto más endiablado.

¿Quién será el ministro? No se sabe. Pero existen muchas expectativas en que Lula recurra a Henrique Meirelles. Después de ser presidente del Bank Boston a nivel global, fue presidente del Banco Central durante la primera gestión del PT. Y ocupó el Ministerio de Hacienda con Michel Temer.

Otras tres figuras a las que observan los analistas como posibles responsables de la economía en un nuevo Gobierno de Lula son el senador Jaques Wagner, uno de los dirigentes más encumbrados del PT, que fue gobernador de Bahía, y jefe de la Casa Civil y ministro de Defensa con Dilma Rousseff; Josué Gomes da Silva, presidente de la poderosa Federación de Industriales del Estado de San Pablo (Fiesp) e hijo de José Alencar, vicepresidente de Lula; y, lo que sería una jugada muy original, Tasso Jereissati, uno de los líderes del PSDB y eminente empresario del sector comercial.

El inventario de problemas que encontrará quien ocupe el cargo se está ampliando durante la campaña, sobre todo en el terreno fiscal. Dominado por la ansiedad, Bolsonaro pretende mejorar su infierno astral gastando más. El programa de asistencia Auxilio Brasil, heredero del clásico Bolsa Familia, se extendió en la cantidad de prestaciones desde 2019: pasó de 13 millones a 19 millones de beneficiarios. El presidente decidió ahora mejorar el monto: de 400 a 600 reales. Es muy difícil que Lula, en nombre de la racionalidad fiscal, corrija las medidas de Bolsonaro, si es que regresa a Brasilia, vencedor.

El otro factor de desajuste es el subsidio al precio del gasoil, que Bolsonaro pretende aplicar. Tiene dos caminos. Uno, el más improbable, es cargar al fisco con el costo de una subvención. El otro, hacer que Petrobras trabaje a pérdida. Ya reemplazó a varios presidentes de esa empresa que se resistían a ese penoso destino. Las inquietudes energéticas hacen que el futuro titular de Petrobras se convierta en una de las personalidades más gravitantes en la política brasileña.

Esta expansión en el gasto es la que está afectando el mercado de bonos en el que se financia el tesoro brasileño. Es un indicio del desasosiego que altera a Bolsonaro. Ese estado de ánimo hace pensar que el presidente pueda no aceptar de buen modo una derrota. Ardiente defensor de la tesis según la cual Joe Biden venció a Donald Trump a través del fraude, podría proyectar esa explicación sobre sí mismo. ¿Bolsonaro aceptará un resultado ajustado? Para él tampoco es fácil denunciar una maniobra en primera vuelta: en esa oportunidad se juega el destino de muchos legisladores que son hoy aliados suyos. Si quiere quejarse, el actual presidente debería hacerlo en la segunda vuelta. ¿Será capaz, en ese caso, denunciar una trampa hecha por Lula? El clima que va tomando su campaña hace pensar que, salvo que pierda por una diferencia irrevocable, Bolsonaro está dispuesto a cualquier cosa con tal de no ser expulsado del poder.

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