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Columna
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El edadismo es cosa de Occidente

No imagino que al hacerme vieja mi premio por una larga vida de trabajo sea estar solamente con otros viejos

Residencias de ancianos
Varias residentes de un centro de mayores participaban en actividades lúdicas.Olmo Calvo
Najat El Hachmi

Hace unos días estaba desayunando en un hotel cuando apareció lo que supongo sería un grupo del Imserso alemán. Había algo extraño en esa escena: todos los allí presentes, con su tostada y su café, tenían más o menos la misma edad. Imaginé que se trataba de jubilados que compartían viaje, y por un momento me resultó tremendamente deprimente pensar que el retirarnos de la vida laboral comporte volver a tener que estar con quienes nacieron por las mismas fechas que nosotros. Igual que en la escuela o el instituto. La escena en cuestión es de lo más habitual, pero a mí se me hizo raro, igual de raro que las salas comunes de las residencias de ancianos o las mesas en las que se juega al dominó en los centros de mayores. Lo que no encaja, lo que denota una organización que va más allá de la inercia natural de la vida, es precisamente la segregación por edad. Que en estos sitios los adultos, por ser los que acumulan más años en este mundo, estén casi obligados a juntarse con otros de su quinta para tener vida social. Esta compartimentación es, en realidad, un artificio muy propio de las sociedades occidentales capitalistas. Estar fuera de la cadena productiva parece abocar automáticamente a un gueto etario.

Es en nuestras latitudes donde la obsesión por clasificar, delimitar, definir, catalogar y establecer las distintas etapas vitales llega al paroxismo. Como si no pudieran existir espacios de convivencia, como si no pudiéramos estar más que con nuestros coetáneos. Intento pensar en las palabras referentes a este tema que sé en mi lengua materna, el rifeño, y no consigo encontrar ni la décima parte de las que recopiló María Moliner bajo la acepción de “edad”. Y eso que en el diccionario no aparecen ni boomers, ni generación x, ni millennials ni zentennials.

El mestizaje intergeneracional, presente en muchas sociedades tradicionales, es más interesante y menos claustrofóbico. No imagino que al hacerme vieja mi premio por una larga vida de trabajo sea estar solamente con otros viejos. Quiero, como ahora, contagiarme de puntos de vista distintos. Querré cargar pilas con la electrizante energía de los jóvenes, del mismo modo que me he arrimado desde pequeña a quienes saben más por haber vivido más. Quiero recibir agradecida la memoria que se me quiera transmitir y trasladar la mía a quien pueda interesar para que así el legado intangible de la experiencia no languidezca tristemente en los hoteles fuera de temporada.

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