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Columna
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La vida sigue igual

Con la paz augusta en el PP, se sigue empujando la basura debajo de la alfombra, el agua sucia dentro de los floreros y el saqueo se equilibra en los balances contables estatales

Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo, el 21 de mayo en el Congreso extraordinario del PP de Madrid.
Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo, el 21 de mayo en el Congreso extraordinario del PP de Madrid.JUAN CARLOS HIDALGO (EFE)
David Trueba

La pax romana define el largo periodo de estabilidad que vivió el Imperio romano tras guerras civiles y desórdenes causados por la lucha de la élite. Los especialistas la sitúan entre el mandato de César Augusto y la muerte de Marco Aurelio. Algo así parece haber alcanzado el PP tras la revuelta madrileña. Un enfrentamiento que estalló tras el poco eficaz adelanto electoral en Castilla y León, que condenó al partido a un pacto lacerante. Superada la cruenta batalla interna, en un mismo fin de semana se produjo la coronación de Díaz Ayuso como presidenta madrileña y el relevo en el poder gallego que dejó vacante Feijóo para liderar el partido. Las elecciones andaluzas se anticipan como la culminación de ese sencillo algoritmo que se aplica en la política española: a partido pacificado, periodo electoral favorable. Sin embargo, pese a estas evidencias, llevarse bien, no hacerse daño, no parece regir las relaciones internas en los partidos. Pero ya habrá tiempo para hacer predicciones a tiro pasado, que es el deporte nacional. Un deporte sin riesgo que da como resultado tantas personas inteligentes que sorprende que no arrasemos habitualmente en los premios Nobel.

La pax popular contiene, sin embargo, dos agujeros negros aún sin explicar de manera convincente. El primero es conocer lo que pasó entre aquel viernes en el que Pablo Casado se presentó en una emisora amiga para asegurar que, más allá de la legalidad, que un familiar hiciera caja con las mascarillas cuando morían miles de personas en lo más trágico de la pandemia era una indignidad, y el día siguiente, en el que se dio por archivado el conflicto. Que se achantara de ese modo quien creía tener la razón moral de su parte no zanjó la polémica, sino que se exigió de inmediato su sacrificio y el de la corte más próxima a su irradiación ya por entonces apagada. El segundo agujero consiste en entender por qué es tan relevante presidir la agrupación madrileña del partido, asunto que provocó una guerra civil en toda regla. Quizá porque ha sido un epicentro de corrupción tan incontrolado durante los años de Esperanza Aguirre, y quien maneja el control de daños mientras siguen saliendo sentencias, espionajes y relaciones institucionales degradantes para nuestra democracia, maneja en gran medida el estado de ánimo de los votantes honestos. Es a ellos a los que se dedican los esfuerzos de regeneración y los arrebatos de limpieza, como aquel que llevó a Casado a prometer la venta de la sede nacional tras probarse que sus obras habían sido pagadas con dinero negro.

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La presencia de jueces, fiscales y policías en las tramas corruptas de un partido tan sistémico ya no provocan una notable crisis de fe en los ciudadanos, acostumbrados a leer sentencias y escuchar conversaciones grabadas que delatan un modo de actuar ajeno a toda pulcritud democrática. Sin embargo, para prevenir riesgos es imprescindible alcanzar estos estados de paz augusta en el partido. Detrás de ellos vendrá sin duda la cosecha de votos, que se confunde con un certificado de impunidad del delito y de evidencia de salud institucional. Y con esta manera eficaz pero tosca se sigue empujando la basura debajo de la alfombra, el agua sucia dentro de los floreros y el saqueo se equilibra en los balances contables estatales. Para ayudar, conviene alejarse silbando la hermosa melodía de La vida sigue igual.

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