Lecciones ucranias
Es difícil que potencias expansionistas y autoritarias que cuentan con el arma nuclear no estén tentadas por la ley del más fuerte ni exijan luego que nadie se inmiscuya en sus asuntos
Maestra sanguinaria y desalmada, la guerra también imparte sus lecciones. No todos están atentos a su despiadada pedagogía ni sacan provecho de sus disertaciones. No suele ser el caso de quienes están al cargo de librarlas si llega el caso. Si han estudiado con aplicación las del pasado, con mayor atención observan y sacan conclusiones de las contemporáneas, y con mayor motivo cuando se trata, como la de Ucrania, de una guerra excepcional, de las que transforman el mundo y la época.
Los estudiantes más aprovechados se hallan ahora en Pekín y en Washington. Nada de lo que sucede sobre los campos de batalla les pasa desapercibido: sobre la disuasión y la prevención, la estrategia y la táctica, el rendimiento de las armas y la logística, o la moral de los soldados, pero también las alianzas, la propaganda o el uso de las tecnologías digitales... No les anima tan solo el afán de saber ni la necesaria preparación para futuras contiendas, sino que ahora tienen un motivo más concreto e inmediato, como es la eventual repetición de un conflicto casi calcado del de Ucrania en el que sean China y Estados Unidos los que se encuentren enfrentados por Taiwán, al igual que ahora lo están Rusia y la OTAN por causa de Ucrania.
Xi Jinping ha tomado nota del fracaso de Putin en el asalto fulgurante a Kiev. Se ha sorprendido de la incompetencia militar del Ejército ruso, heredero del Ejército Rojo que su país tomó como modelo. Ha observado la capacidad de reacción europea y la insólita exhibición de unidad transatlántica, como si la salida precipitada de Afganistán hubiera sido una finta para engañar a los enemigos, en vez de una catástrofe y un motivo de división entre los socios de la Alianza.
Joe Biden ha empezado incluso a aplicar las lecciones. Le ha dicho a Xi Jinping que, si hace con Taiwán lo que Putin con Ucrania, no se limitará a proporcionar armas a su aliado, sino que irá más lejos e intervendrá directamente en la contienda. No es esta vez el error de un presidente de edad avanzada, con escaso control de sus palabras, sino una calculada declaración que deshace por un momento la ambigüedad estratégica practicada históricamente por las dos superpotencias. Sabe muy bien que fueron unas declaraciones suyas que banalizaban la importancia de una pequeña pérdida territorial de Ucrania ante Rusia las que pudieron inclinar a Putin a decidirse por emprender la invasión.
Es difícil que potencias expansionistas y autoritarias que cuentan con el arma nuclear no estén tentadas por la ley del más fuerte ni exijan luego que nadie se inmiscuya en sus asuntos. Es lo que Putin quería de Washington y Bruselas y lo que Xi Jinping imaginaba para una anexión por la fuerza de Taiwán. Todo ha quedado más claro tras la gira asiática de Biden. Taiwán no será como Ucrania. El vínculo transatlántico enlaza con el vínculo transpacífico. La nueva bipolaridad asoma ya la cabeza.
Así es como en las guerras del presente se anticipan e incluso se pueden prever y evitar las guerras del futuro.
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