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Sin gordas en el paraíso

Afirmar que la ropa no importa es algo que solo se pueden permitir quienes no tuvieron nunca problemas para caber en ella

Una tienda de ropa en un centro comercial de Barcelona el pasado diciembre.
Una tienda de ropa en un centro comercial de Barcelona el pasado diciembre.MASSIMILIANO MINOCRI / EL PAÍS
Najat El Hachmi

No hay ninguna razón lógica por la que la industria de la moda no disponga de tallas más allá de la 44 en sus tiendas físicas. Nos dieron la impresión de que atendían las demandas del body positive y que había empezado una nueva era de inclusividad, pero todo quedó en un lavado de imagen. Pongan una gorda en el anuncio (gorda es un decir, porque la mayoría de modelos curvy lo son en comparación con las otras, extremadamente delgadas) y la marca ya puede presumir de no discriminar a nadie. Pero lo cierto es que la ropa para las indeseables de elevado IMC (Índice de Masa Corporal) hemos sido relegadas a los confines discretos de las compras online, donde nadie nos ve (y podemos ser o no ser pensando en Alejandro Sanz). Llevaba tiempo intentando comprender esta deriva: ¿es que el dinero de las gordas es dinero de segunda? ¿Por qué, si exponen piezas ridículamente pequeñas, no pueden tener también las más grandes? El pasado domingo di con la respuesta gracias a la lúcida entrevista que le hizo Luz Sánchez-Mellado a Mara Jiménez. Era algo tan simple y perverso como lo que contaba la actriz: no quieren gordas en las tiendas.

El mercado parece tener una capacidad infinita para adaptarse a los cambios sociales sin mover ni un ápice su política comercial: que queréis modelos gordas, pues os ponemos modelos gordas. Eso sí, no más de una que, además, tendrá que ejercer de gorda y no de simple mujer.

Podríamos negar la importancia del tema, pero la verdad es que millones de mujeres se ven obligadas a dedicarle esfuerzos, tiempo y dinero. Por no hablar del sufrimiento que comporta no encajar en algo tan blando y liviano como un vestido. El único modo de escapar del malestar existencial del vestir sería enfundarse en una amplia túnica para ir por el mundo. Pero no somos curas y tampoco es que pidamos el oro y el moro: nos conformamos con que añadan unos centímetros de tela a la ropa que ya se vende. En una sociedad dominada por la imagen es francamente difícil escapar de este problema. Llamar a la resistencia antisistema, en este caso, es tan difícil como pasar a tejerse las propias telas y confeccionarse las propias prendas. La indumentaria tampoco es un asunto menor cuando la cultura lo convierte en representación de la identidad individual y pertenencia grupal. Afirmar que la ropa no importa es algo que solo se pueden permitir quienes no tuvieron nunca problemas para caber en ella.

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