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tribuna
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El olvido de la historia: el inimaginable vínculo entre España e Indonesia

Vivimos en un mundo de choques culturales, certezas, devociones y ortodoxias, cuando el pasado está compuesto, en realidad, de mezclas, préstamos y porosidad

Indonesia
Decenas de fieles rezaban el lunes durante la festividad del Eid al-Fitr, que pone fin al Ramadán, en la gran mezquita de Banda Aceh, Indonesia.HOTLI SIMANJUNTAK (EFE)

No es frecuente que España e Indonesia aparezcan en la misma frase, dadas sus diferentes órbitas geoestratégicas. Y, sin embargo, los dos países tienen en común la sensación de que son un vago misterio para sí mismos, fruto de una ruptura cultural entre su historia y su presente.

En el caso de Indonesia, la brecha es la existente entre el pasado hindú-budista del archipiélago y su reencarnación contemporánea como república islámica. Los reinos hindúes-budistas gobernaron entre los siglos VII y XVI gran parte del territorio que abarca la Indonesia actual. El islam se extendió en la región durante el siglo XVII, por la influencia de los comerciantes y clérigos musulmanes procedentes de India, China y los Estados árabes. En la actualidad, Indonesia tiene la mayor población musulmana del mundo, alrededor de 225 millones de personas, que constituyen aproximadamente el 87% de la población.

En España, es la ruptura entre un periodo medieval islámico y un presente cristiano laico. Durante más de 700 años, entre los siglos VIII y XV, los musulmanes gobernaron grandes zonas de España. Los moros establecieron una serie de reinos poderosos que, en conjunto, se denominaron Al Andalus.

El latín vulgar que se hablaba en la región antes de las invasiones islámicas evolucionó gradualmente hasta convertirse en numerosas lenguas con influencia del árabe. Los conocimientos árabes de ciencia, medicina y literatura ayudaron a desarrollar la cultura intelectual de “España”. El sincretismo estuvo presente en la arquitectura, la música y la comida de la Península.

Cuando los Reyes Católicos finalizaron la reconquista de España, en 1492, el país fue perdiendo su identidad multicultural y emprendió la vía de las purgas religiosas, con la expulsión de los judíos y los moriscos, los musulmanes que en teoría se habían convertido al cristianismo, pero que, en secreto, seguían practicando su religión.

En la España del siglo XXI es fácil encontrar españoles que afirman sentir más afinidad con la meditación budista de la nueva era que con ningún aspecto del islam, que ha pasado a ser, como en gran parte de Occidente, un “otro” totalmente distinto. Para la mayoría de los españoles, el pasado es una serie de reyes católicos, seguidos de la dictadura del general Franco y, para terminar, la adhesión del país a la Unión Europea.

Lo malo es que todos estamos atados a nuestra historia como individuos y como naciones, por lo que la incapacidad de percibir esa historia en nuestro presente nos vuelve opacos para nosotros mismos. El resultado es una cultura en la que el “otro” es en realidad una parte no materializada del yo; un “yo” que, por consiguiente, no se reconoce del todo.

En Indonesia, donde viví entre 2012 y 2016, veía constantemente esa desconexión. La lengua, las formas de entretenimiento y la nomenclatura del archipiélago remiten a unos orígenes sánscritos e índicos que yo, india, comprendía con más claridad que los propios indonesios.

Abría el periódico y me encontraba con noticias sobre el ministro de Religión, un conservador islámico wahabí llamado Suryadharma Ali. Suryadharma significa “religión del sol” en sánscrito. Es a los hindúes lo que el nombre de María es a los católicos. Es decir, el nombre del ministro islamista era asombrosamente politeísta, aunque la gente corriente no captara las connotaciones hindúes.

Cuando visité Gontor, un destacado pesantren, una madrasa para alumnos internos situada en Java Oriental, me dijeron que a los tres hermanos que fundaron la escuela en 1926 se les conoce como los trimurti. El hecho de que para designar a este triunvirato de reformadores musulmanes se utilice un término sánscrito, literalmente “las tres formas”, que corresponde a los tres dioses hindúes Brahma, Vishnu y Shiva, es, una vez más, un dato que no sabían quiénes lo utilizaban.

Una visita al museo nacional de Indonesia en Yakarta me permitió ver la ausencia casi total de arte y representaciones culturales islámicas. Sin embargo, los indonesios de ahora no solo son musulmanes, sino que están adoptando, cada vez en mayor número, una variante de inspiración árabe que influye de manera arrogante en la vestimenta, la arquitectura y los nombres.

Durante los años que pasé en el país se dedicaron más energías a construir minaretes que carreteras y otras infraestructuras muy necesarias. Las mujeres fueron desapareciendo paulatinamente, cubiertas por prendas de inspiración árabe, como el pañuelo, los guantes hasta el codo y las medias, incluso en el sofocante clima tropical.

Aun así, los espectáculos populares, como el wayang kulit, el teatro de marionetas con historias de las epopeyas hindúes, seguían siendo muy importantes. Las niñas podían llamarse por igual Fátima o Sinta (la versión indonesia del hindú Sita). El “problema” era que ese sincretismo no era consciente. Tampoco se valoraba como elemento de la identidad indonesia. Los indonesios miraban cada vez más a La Meca, sin saber o sin importarles que al hacerlo estuvieran perdiendo una parte integral de sí mismos.

En Madrid, durante el pasado año, me he dedicado a aprender español, escuchar guitarra flamenca, comer paella y visitar grandes monumentos como la Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdoba. En resumen, he llevado una vida muy influida por el islam.

El más fascinante (y oculto) de todos los aspectos de la influencia mora en España es la repercusión del islam en el cristianismo. El cristianismo español tiene una textura diferente a la del cristianismo del resto de Europa, no solo el protestantismo del norte, sino incluso el catolicismo practicado en otras partes del continente.

Me hace pensar en una deliciosa mezcla de sufismo islámico, hinduismo idólatra, paganismo y la religión de Cristo. El cristianismo español se expresa en procesiones de fieles que llevan en alto las imágenes de los santos locales, acompañadas de una música que tiene sus raíces en la época islámica. Creen en los milagros. Hay penitentes ceremoniales, o nazarenos, entre los pasos de Semana Santa.

Los villancicos españoles no se parecen en nada a los estribillos empalagosos y comerciales de Rudolf el Reno de la Nariz Roja. Son lamentos tristes y vacilantes, que proceden de unos tipos de poesía de la época de Al Andalus llamados muwashshah y zajal. Estos, a su vez, eran una adaptación del musammaṭ árabe oriental, una forma más sencilla de poemas basados en estrofas.

La cantiga, un género de canción española del siglo XIII, normalmente escrita en honor a la Virgen María, también se desarrolló probablemente por el zajal. La colección más famosa de cantigas es un manuscrito llamado Cantigas de Santa María, recopilado por el rey Alfonso X (1221-1284) de Castilla y León. Muchas de ellas son traducciones directas de versos árabes del zajal.

Es probable que el olvido del pasado en Indonesia y España sea al mismo tiempo fortuito y deliberado. La memoria tiene tanto de artificio como de realidad. Y la Historia es un producto derivado de esa amnesia y esos recuerdos fabricados.

Pero aquí hay una lección universal. Vivimos en un mundo de choques culturales, certezas, devociones y ortodoxias, cuando, en realidad, la historia del mundo está hecha de mezclas, préstamos y porosidad.

Las guerras mundiales del siglo XX han convertido en un tópico la importancia de recordar para no olvidar. Recordar para no repetir los errores del pasado. Pero el pasado también contiene lecciones sobre lo que nos une. Debemos esforzarnos más en recordar también eso, para no olvidarlo.

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