¿‘Quo vadis’, Schröder?
El excanciller alemán ha resuelto de la peor manera posible el viejo dilema de la moral y el negocio, de la decencia y el interés
Antes de la invasión de Ucrania, era usual ver al excanciller Gerhard Schröder por las calles o en la terraza de una pizzería y un bistró del barrio del Zoo de Hannover, donde tiene su domicilio. Desde el pasado mes de febrero, hay un coche patrulla estacionado permanentemente frente a la casa. Agentes de la policía velan por la seguridad del excanciller, que ahora mismo es el hombre más denostado de Alemania. Las críticas por su actitud comprensiva con el desatino bélico ordenado por Putin, a quien presenta como hombre de nobles fines que a su pesar tuvo que emprender una guerra, le llueven de todas partes. No pocos de sus camaradas piden, entre la decepción y el asombro, que lo expulsen del partido.
Schröder intimó durante su mandato con quien en la actualidad es su amigo y jefe, Vladímir Putin, cuyas ofertas lucrativas de empleo en puestos de asesoría y dirección de diversas empresas controladas por el Kremlin Schröder aceptó al poco tiempo de abandonar la Cancillería. Desoyendo las reiteradas advertencias de sus aliados, sentó las bases para la actual dependencia económica de Alemania respecto del gas ruso, aunque sería injusto achacarle a él toda la responsabilidad.
La guinda del penoso pastel la puso Schröder días atrás en una entrevista concedida para The New York Times. Cuesta creer que en ella se expresara la misma persona que se opuso a la guerra de Irak con argumentos de peso que podrían aplicarse igualmente al caso de Ucrania, pero que por lo visto no le valen al lobista del gas ruso en que se ha convertido el excanciller. Hace tiempo que no se ve a Schröder por las calles del barrio. Todo apunta a que ha resuelto de la peor manera posible el viejo dilema de la moral y el negocio, de la decencia y el interés. Una cosa es cambiar de principios y otra muy distinta no tenerlos.
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