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columna
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Desembozada

Por fin podremos vernos las jetas y hacernos la ilusión de que todo ha pasado. Pues eso: ilusos. Fuera sigue campando un virus que no sé si nos ha hecho mejores, pero sí más pobres, ansiosos y solos

Un camarero sin mascarilla sirve consumiciones a unos clientes en un bar de Terrassa, este miércoles.
Un camarero sin mascarilla sirve consumiciones a unos clientes en un bar de Terrassa, este miércoles. Cristóbal Castro
Luz Sánchez-Mellado

Bostezar a toda quijada en las reuniones sin que se percaten los mandamases ni los sabelotodo. Hacer pucheros cuando la vida se te atraviesa en las tragaderas, por muy dadas de sí que las tengas, sin que nadie te conmine a que alegres esa cara. Sacarle la lengua a los enterados que te explican cosas que tú ya sabías antes de que él, o ella, empezara a controlar esfínteres, si es que ya lo hace. Camuflar hasta llegar a casa y darte el gusto de arrancártelo de cuajo ese pelo de bruja del bosque que te brota de repente en ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca. Hacerle momos al cuñado, o la cuñada, que pontifica no ser machista ni feminista y que tanto monta, monta tanto, Vox como Podemos. Abrir la boca de par en par ante lo calvo que se ha quedado ese tío que te volvía loca en la facultad y al que te encuentras de chiripa en el AVE. Ocultar hasta que se seque ese grano purulento que te sale en la barbilla justo el día que tienes cita de curro con un desconocido. Templarte el cuerpo y el alma con tu propio aliento cuando fuera hace un frío que pela, o te falta calor ajeno, o las dos cosas. Ponerte las gafas de sol de oso panda y el bozal de pato y salir a por el pan en plan no me arreglo porque yo lo valgo, aunque ese día te odies a muerte.

Todas esas cosas, y otras cuantas que me callo por vergüenza, voy a echar de menos ahora que se acaba el martirio de llevar la mascarilla en interiores. A cambio, luciré la nueva cota de profundidad que han alcanzado en dos años los paréntesis que me amargan la boca aunque me esté comiendo un bollo, y las barras que se han añadido al código que me la frunce cual payasa triste, aunque esté como unas castañuelas. Que no, tontos, que estoy supercontenta. Fuera bozales. Por fin podremos vernos las jetas, además de los ojos, y hacernos la ilusión de que todo ha pasado. Pues eso: ilusos. Fuera sigue campando, ingobernable, un virus que no sé si nos ha hecho mejores, pero sí más pobres, ansiosos y solos.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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