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Ofensiva de Rusia en Ucrania
Columna
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Putin y el Estado de purificación

Rusia bombardea mucho porque, aunque ha anunciado lo que busca, aún no lo ha encontrado. Va a tener el mismo éxito que EE UU en Irak, cuando empezó una guerra para buscar algo que no existía

Restos quemados de civiles exhumados en Bucha, Kiev.
Forenses ucranios colocan este martes en bolsas para cadáveres restos quemados de civiles exhumados en Bucha.VALENTYN OGIRENKO (REUTERS)
Manuel Jabois

Putin. Ha hablado de nuevo: está “ayudando”, en esta ocasión a la gente de Donbás. Se han dado desde el Kremlin otras justificaciones, todas incluyendo esta y todas subrayando lo habitual: es una guerra de salvación, también para los propios ucranios. Y de paso, como dejó dicho hace poco, se busca “purificar” Rusia de esos ciudadanos suyos que no pueden renunciar a “lujos” (no se refiere a sus oligarcas) ni a las “libertades de género” (esta parte delicada se ha pasado por alto en esa porción de averiada izquierda española que sigue señalando a la OTAN). Ningún Gobierno mata sin buena voluntad, que llega a la magnanimidad si se trata de matar a sus ciudadanos. “La más repugnante metáfora del mito tecnológico de la guerra es la metáfora quirúrgica, la fantasía relativa a la necesidad de un cirujano que aísla y ataca un supuesto tumor canceroso”, escribe Eugenio Trías a propósito de la primera guerra del Golfo, pero puede ser de cualquiera, también la guerra civil española: los facciosos querían salvar el país vaciándolo de españoles, bien matándolos o expulsándolos hasta que se cansasen, como dijo María Teresa León, de no saber dónde morirse. Siempre hay algo que extirpar cuando uno recurre a la violencia, más extrema cuanto más grande sea el objeto a extirpar. Rusia bombardea mucho porque, aunque ha anunciado lo que busca, aún no lo ha encontrado. Va a tener el mismo éxito que Estados Unidos en Irak, cuando empezó una guerra para buscar algo que no existía.

Bucha. Publica The New York Times una investigación extensa sobre la masacre. Hay pruebas y testimonios tan abrumadores que los prorrusos españoles (y su facción equidistante, mucho más mezquina y pringosa) se empiezan a desplazar del negacionismo más básico a la idiocia. “Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan”, escribe Susan Sontag en Ante el dolor de los demás. Más Sontag, entrevistada en este diario: “A veces no se puede ser pacifista. Yo no soy pacifista. Por desgracia, hay momentos en que una intervención militar puede detener un genocidio, o por lo menos mitigarlo”. Bucha es otro territorio, éste sembrado de muertos, donde mejor se encuentra la realidad alternativa que sólo cabe construir y creer desde la ruina moral. Que a veces basta para ser activada sólo con que haya una mayoría (los medios de masas, Occidente, el capitalismo, los ricos) señalando lo evidente; gente que no duda si les preguntas qué ser humano es peor, Vladímir Putin o qué sé yo, Amancio Ortega, y gente que titubea entre adversativas (la gente mezquina y pringosa).

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La razón. Todavía hay quien la busca. Como gritar “no a la guerra” casi dos meses después de la invasión. Claro que “no a la guerra”, antes de la guerra si es posible. Rusia empieza los bombardeos por las dos únicas razones que le asisten: porque quiere y porque puede. Y su legitimidad son las armas, más y mejores que las de Ucrania. Y es una ilusión —una ilusión moderna— creer, como dice Ferlosio, que “con un bañito de democracia se puede suprimir la legitimidad como sustrato de violencia que permanece”. Cita Ferlosio a Walter Benjamin: un tratado de paz significa que el vencido acepta los derechos de guerra del vencedor. Y sí, esto que dijo Arantxa Tirado en Onda Cero y que tanto soliviantó, es verdad: desde la invasión hasta la paz/rendición que llegará, incluida la intervención/no intervención de la UE, no están condicionadas tanto por valores morales como estratégicos y económicos. Si quieren y si pueden.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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