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La responsabilidad de Putin y la responsabilidad de los rusos

Nada puede frenar de forma más inmediata a un dirigente como el rechazo de su población, sus equipos, sus intelectuales. Una heroicidad, sí, pero también una lección de dignidad

Una mujer pasa frente a varios cadáveres a las puerta de su casa en Bucha (Ucrania).
Una mujer pasa frente a varios cadáveres a las puerta de su casa en Bucha (Ucrania).Felipe Dana (AP)
Berna González Harbour

El esfuerzo por separar la responsabilidad de Putin de la de los rusos ha sido necesario y sensato hasta el momento. El peligro de la rusofobia es real y la culpa solo debe recaer en un déspota que bajo la apariencia de elecciones ha ido asumiendo un poder autócrata y autoritario que excluye la libertad de prensa y de expresión, la libertad de partidos políticos, derechos básicos como la igualdad sin importar la orientación sexual y más signos de una deriva que camina hacia el totalitarismo de los regímenes más oscuros.

La posibilidad de ejercer la disidencia se ha ido cerrando como una noche ártica en invierno. Intentar liderar un partido alternativo en Rusia te cuesta la vida o la cárcel. El envenenamiento es ya costumbre. La exhibición del poder va más allá del ostracismo y la humillación del contrario. Y la recuperación del estalinismo indican la vía preferida de Putin.

Pero ha llegado un momento en que los rusos deben reaccionar. Las imágenes de asesinatos de civiles con manos atadas, ancianos caídos en la calle, ciclistas muertos en la vía pública y fosas comunes tienen que haberles llegado de alguna forma a pesar de la censura. Los bulos del Kremlin sobre un posible montaje de Zelenski no pueden ya ser creíbles para un pueblo que es culto, bien formado y con gran peso de la educación como es el pueblo ruso.

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Los alemanes han cargado durante décadas con la pesadumbre de que Hitler avanzara en su delirio criminal sin que se hiciera lo suficiente para pararle. Grandes libros como Historia de un alemán de Sebastian Haffner o la gran Posguerra de Tony Judt o la inmensa obra de Victor Klemperer han iluminado la equivocación de un pueblo ciego o inerme ante la brutalidad de sus líderes. Es una debilidad comprensible. Pero también un error que se paga.

Países democráticos y organizaciones no gubernamentales están ya contemplando las difíciles posibilidades de juzgar crímenes de guerra: será muy complicado por la vía del Tribunal Penal Internacional, ya que Rusia no es miembro. El tribunal dependiente del Consejo de Europa tampoco es viable porque Rusia abandonó esta organización. Se abren las iniciativas o sugerencias para crear uno específico, como lo tuvieron otros criminales. Todo eso será necesario para cerrar el paso a la impunidad de los crímenes. Pero nada puede frenar de forma más inmediata a un dirigente como el rechazo de su población, sus equipos, sus intelectuales. Una heroicidad, sí, pero también una lección de dignidad que ayudaría a los rusos a reconstituir —para sí mismos— su propio orgullo nacional.

Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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