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Jair Bolsonaro
Columna
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A Bolsonaro “se le revuelven las tripas” al tener que seguir la Constitución

Más que unas elecciones políticas normales, esta vez para el presidente se trata de escoger a quién respeta a Dios, la familia, la patria y la libertad o quién querría la disolución de esos valores

Jair Bolsonaro en acto de campaña
Bolsonaro en un acto de presentación de su campaña el domingo en Brasilia.STRINGER (REUTERS)
Juan Arias

El presidente de extrema derecha, Jair Bolsonaro, tiene tanta prisa en lanzar su candidatura a la reelección de octubre que, saltándose las normas a la torera, el domingo pasado reunió en Brasilia a 3.000 de sus seguidores a quienes les espetó un discurso ya electoral. Según él, las elecciones esta vez serán un ring “entre el bien y el mal”, queriendo indicar que la izquierda del expresidente Lula da Silva, que sigue encabezando todos los sondeos, sería el mal, el demonio, mientras que él sería el bien y predilecto de Dios.

Más que unas elecciones políticas normales, esta vez para Bolsonaro se trata de escoger a quién respeta a Dios, la familia, la patria y la libertad o quién querría la disolución de esos valores.

En el acto del domingo, Bolsonaro estuvo rodeado de pastores evangélicos que bendijeron al que consideran su candidato. El pastor Magno Malta recordó que Bolsonaro “había sido ungido por Dios” y que ese Dios, según el pastor Silas Malafaia “creó al hombre y a la mujer y el resto es bla, bla, bla”. El resto serían los homosexuales, la diversidad de género, el feminismo o el aborto vistos todos ellos como invenciones del demonio.

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Bolsonaro, que en 2018 fue elegido gracias a los 21 millones de votos que le dieron los evangélicos, sabe que su reelección va a depender de nuevo de dichos votos y está ya centrando su campaña en reconquistar a ese electorado que esta vez se lo disputa también su opositor Lula.

Se entiende así el que Bolsonaro esté pergeñando su campaña a la reelección presentándola como un combate entre el bien y el mal, entre Dios y Satanás. Y ahí entra su animosidad contra la Constitución que él desearía reformar para arrancar de ella lo que le daría “dolor de barriga” como lo es el que defienda la laicidad del Estado, ya que el sueño de los evangélicos es el convertir a Brasil en una teocracia dirigida por ellos.

Se explica así el que Bolsonaro cuando era aún un simple diputado proclamara en el Congreso que Brasil “no es un país laico” y que a quien no le guste “que se vaya”.

Y será esa la batalla que Bolsonaro piensa dar de ser reelegido, la de cambiar la Constitución para acomodarla al sueño de los evangélicos de que se cumpla el lema de Bolsonaro de “Dios sobre todas las cosas”. Fue justamente el día en que ganó las elecciones cuando en su primer discurso, con la Biblia en sus manos, repitió, casi gritando, como una letanía, por siete veces el nombre de Dios.

En esa línea de convertir las próximas elecciones en un plebiscito entre lo que Bolsonaro llama la lucha entre el bien y el mal, semanas atrás hizo en un acto público, rodeado de pastores de las diferentes iglesias evangélicas, una de sus afirmaciones más osadas. Les prometió que, si volvían a votarle, estaba dispuesto “a conducir a Brasil donde ellos quisieran”, una especie de pasaporte para asegurarles que, si fuera reelegido, ellos gobernarían al país. Y sabe muy bien que para ello su mayor escollo es la actual Constitución laica y progresista que ellos consideran alejada de los designios de Dios con Brasil.

En estos tres años y pico de Gobierno, una de las obsesiones de Bolsonaro, ha sido, en efecto, el tener que obedecer a la Constitución. De ahí que amenazara varias veces con dar un golpe institucional, cerrando el Supremo y si fuera posible el Congreso para poder gobernar con las manos libres. Por eso él, que suele hablar con la lengua suelta sin perifollos diplomáticos, ha confesado que sólo pensar en tener que seguir la Constitución que sanciona la laicidad del Estado le produce dolores de estómago.

Bolsonaro es católico y fue bautizado como tal. Sólo cuando se entregó, por motivos políticos, a las iglesias evangélicas que aseguran millones de votos, decidió rebautizarse esta vez como evangélico. Lo hizo en las aguas del Jordán y desde entonces se hace pasar como un fiel evangélico a cuyas iglesias ha colmado de beneficios económicos durante su mandato.

Lula, al revés, se ha presentado siempre como católico y, como afirmó en una entrevista a este diario, nunca habría sido elegido sin los votos de las entonces pujantes comunidades de base de la Teología de la Liberación. Hoy, sin embargo, sabe que no se reelegiría sin un buen puñado de los más de 60 millones de votos evangélicos y ha montado una estrategia para dialogar con dichas iglesias. Y esta vez le será hasta más fácil, ya que Lula se está organizando para presentarse no como el candidato de la izquierda, sino de un abanico de partidos que van desde la socialdemocracia al centro y hasta a la derecha no golpista dialogando con los caciques que se mantienen para seguir en el poder y quieren mantener buenas relaciones a la vez con Dios y con el diablo y que no tienen escrúpulos en mendigar el voto de los evangélicos y de arrodillarse en sus templos pidiendo la bendición de sus pastores.

Lo cierto es que en Brasil las elecciones suelen decidirlas los millones de pobres poco culturalizados que son la mayoría del país. Y esos sin trabajo, sin casa y hoy hasta sin comida para dar a sus hijos, esa multitud de olvidados generalmente por el poder a la que asisten hoy las iglesias evangélicas, ya que el catolicismo pierde cada año fieles de ese submundo para reducirse a las clases medias y a los más ricos.

Y para esos millones de desasistidos por el poder, más que los temas del progresismo o del conservadurismo, lo que les interesa es que les resuelvan los problemas que les afligen cada día.

Bolsonaro, al que le falta todo, hasta educación, pero no olfato político, ha entendido muy bien dónde están concentrados los votos que podrían asegurarle su reelección.

El gran peligro de dicha reelección, según los analistas políticos, es que esta vez el capitán retirado, amigo de dictadores y torturadores, incapaz de gobernar según los dictados de la Constitución y en diálogo con los diferentes poderes del Estado, como ha dejado claro en su primer mandato, si es reelegido, va a hacer del todo para cambiar una Constitución a la que le cuesta tanto obedecer que no duda en confesar que le produce dolores de barriga.

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