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Anatomía de Twitter
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Y en eso llegó Borrell

Tal vez habría que ir eligiendo a políticos serios, aunque lo que digan no guste, y dejar los insultos y los chistes para las redes

Josep Borrell, en el Parlamento Europeo, el 9 de marzo.
Josep Borrell, en el Parlamento Europeo, el 9 de marzo.FREDERICK FLORIN (AFP)

Unos tuiteros estaban compungidos y otros, a lo de siempre. La cosa es que el personal se dividía entre los que andaban preocupados por las noticias que llegaban de Ucrania —¿cómo no conmoverse ante las imágenes de un niño pequeño llorando, camino del destierro, o las de una pareja de ancianos refugiada en su piso de Kiev, sin más trinchera que sus libros y sus recuerdos?— y los que seguían a lo suyo, en la bronca diaria, esa refriega tan española del o conmigo o contra mí, azuzada además por la política de trazo grueso que se retransmitía desde el Congreso.

A eso de media mañana, las tendencias en Twitter eran un nombre propio, Federico —se supone que en referencia a aquel locutor de radio que apadrinó la teoría de la conspiración del 11-M y que, al igual que Aznar, aún no se ha bajado del burro—, y la palabra “sinvergüenza”. Nada más pinchar en el insulto, aparecían varios momentos del cruce de acusaciones entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y Cuca Gamarra, que es la portavoz del PP desde que se cargaron a Pablo Casado —parece que fue hace un siglo— y hasta que Alberto Núñez Feijóo encuentre a alguien más moderado. Había algunos tuiteros que llamaban sinvergüenza a Gamarra por acusar a Sánchez de “utilizar la guerra” en su beneficio político, pero eran los menos. La mayor avalancha de insultos le cayó al presidente del Gobierno por asegurar, sin despeinarse, que “la inflación y los precios de la energía son única responsabilidad de Putin y de su guerra ilegal en Ucrania”. Los diputados del PP pusieron el grito en el cielo y ya se sabe que cuando la bancada popular se calienta —no digamos la de Vox, con Macarena Olona contando los metros cuadrados de la residencia oficial de la vicepresidenta Yolanda Díaz—, Twitter entra en combustión. De modo que Sánchez y la palabra “sinvergüenza” se perfilaban como la pareja del día en las redes. Y en eso llegó Josep Borrell y le hizo al presidente del Gobierno el quite de la feria.

No se puede decir que Borrell sea un político simpático. Nunca lo fue y nunca lo ha intentado. Y, cuando ayer pidió a los europeos el esfuerzo de bajar la calefacción para disminuir la dependencia de Rusia, sabía la que le iba a caer, de un lado y de otro del tablero político. Y, aun así, lo dijo. Como dijo lo que creía que tenía que decir, aunque fuese impopular para gran parte de la sociedad catalana y aun de su propio partido, el 9 de octubre de 2017, durante la manifestación convocada por Sociedad Civil Catalana: “Si se declara unilateralmente la independencia, este país se irá por el precipicio. ¡No lo haga, señor Puigdemont! Las fronteras son las cicatrices que la historia ha dejado grabadas con dolor, a sangre y fuego”. Ayer, cuando más palos le iban cayendo, Adrián Barbón, el presidente de Asturias, tuiteó una intervención de Borrell en Oviedo durante la campaña de 2009. Son dos minutos sin desperdicio. Más que un mitin, parece una bronca. Entre otras cosas, dice a sus simpatizantes: “Como siempre habéis vivido en paz, pensáis que la paz es el estado natural de las cosas. No. El estado natural de las cosas es la guerra (...). Importamos el 70% de la energía que consumimos, y la importamos de Rusia o de los países árabes, que no son gente demasiado de fiar. Somos pocos, viejos y dependientes, y así no se construye un futuro. Necesitamos más hijos, más inmigrantes, más unidad”.

De tal forma que más valdría ir eligiendo entre políticos serios, sean del partido que sean, que digan lo que hay que decir cuando haya que decirlo —preferiblemente antes de convertirse en tertulianos—, y sacar del Congreso los insultos, las broncas estériles y los chistes baratos. Si no, qué vamos a dejar para Twitter.

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