_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Estupefacta

En medio de un lago helado, una brecha se abre en zigzag bajo nuestros pies. Jo, no podemos movernos mucho, pero debemos dar un paso. Urgentemente

Fotograma de la película 'Vicky el vikingo'.
Fotograma de la película 'Vicky el vikingo'.Foto: Alamy
Marta Sanz

Jo. Creíamos en los reyes Magos y nuestros mayores fumaban sin miedo al cáncer. Jugábamos al escondite. “¿Primera persona del plural del pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo de canturrear?”, “Nosotros hubiéramos o hubiésemos canturreado”. Pensábamos poco en nosotras. Veíamos mucho la televisión: cuando nos hicimos mayores, nos vendieron hipotecas con Vicki, el vikingo. Jo. Habíamos ido a la universidad, descendientes de obrero y obrera ―subrayo contracciones del parto y cuidados―, clases medias. Nos lo habíamos pasado muy bien en los bares. Olvidábamos la historia. Batallitas. Buscábamos una felicidad sin estadística: la universidad se transformó en fábrica de parados ―especialmente paradas― y la igualdad de oportunidades no terminaba de llegar. Bailábamos, gente limpia y gente sucia, en las fiestas populares: éramos demócratas. Escuchábamos dionisiacos himnos de Alaska, y desechamos palabras aparentemente inservibles: plusvalía. Compramos un PC. Fueron buenos tiempos ―progresábamos―, pero sucedieron también algunas cosas malas: nuestras vellosidades intestinales asimilaron la explotación.

Somos boomers, pero no sabemos inglés. Generación estupefacta: comemos crema de cacao dentro de una bolsa uterina de cristales blindados. Alcanzamos el mejor de los mundos asequibles. El dolor siempre quedaba lejos. Manteníamos complacidas conversaciones antes de dormir: “Jo, no hemos vivido guerras ni desastres”, “Te quiero, churri”. Soy una boomer que no escribe de nostalgia, sino de ceguera. He tenido la miel del desarrollismo y la transición estroboscópica en los labios. No viví la crisis de los misiles, comí yogures y no voté la Constitución. Somos funambulistas con juanetes. Frágiles. Nos caemos de un guindo a fuerza de pandemia, catástrofe natural, guerras muy próximas. En medio de un lago helado, una brecha se abre en zigzag bajo nuestros pies. Jo, no podemos movernos mucho, pero debemos dar un paso. Urgentemente.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_