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columna
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Solo la Fiscalía puede salvar al PP

Si son incapaces de sanear heridas mediante una doble investigación creíble, solo la justicia podrá regenerar al partido. Pero, ¿cuándo?

Ayuso y Casado
Varios manifestantes de la concentración en apoyo de Isabel Díaz Ayuso y contra Pablo Casado, ante la sede del Partido Popular en Madrid este domingo 20 de febrero.Ricardo Rubio (Europa Press)
Xavier Vidal-Folch

Lo peor de la conflagración del PP no es la destrucción humana, y política, de sus líderes más notorios (no los mejores). Y además, en un empate de desgracias, ya veremos si de carreras truncadas. Con la joroba de la presunta corrupción será difícil que Isabel Díaz Ayuso pueda gobernar. Y que le dejen. Con la chepa de Pablo Casado por lanzar acusaciones supuestamente falsas es imposible ejercer de jefe de la oposición. Para anularte, al sanchismo —así le llaman— le basta releer con voz alta, desde el atril, los agravios de ella contra él: persecución injusta, destrucción cruel. Su estilo.

Todo eso ya es malo para los ciudadanos, que tienen derecho a un Gobierno y a una oposición, aunque no hayan votado ni a uno ni a otra. Lo peor es que Ayuso y Casado han dinamitado el partido conservador como “instrumento fundamental para la participación política”, como consagra el artículo 6 de la Constitución. Pues han violado el deber que a renglón seguido les impone el mismo artículo: “Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”.

Para ser democrático hay que respetar en casa las reglas del Estado de derecho, y por tanto, del Derecho Penal. Justo lo que se han saltado Isabel y Pablo. Si este barrunta con indicios que ella es corrupta y prevaricadora, saca su conclusión en breve. Y lo descarta o se va a Fiscalía. Si ella dispone de signos de que él la espía ilegalmente, pisoteando la ley de protección de datos, hace lo propio. No se lanzan acusaciones sin datos, ni documentos ni serios trazos indiciarios. Acusar falsamente a otro de delito es delito. Y si se hace de forma perifrástica (evocando falta de ética, o crueldad), venteando sospechas en vez de hechos ciertos, al máximo comprobables, es al menos un abuso.

Esa trama infecta parece abocar a un cierre en falso, opaco, sin certezas, con decenas de interrogantes sobre contratos y detectives: así, la infección gangrenará. ¿Puede alguien confiar en que esos individuos guardan equilibrio? ¿O debe concluir que están desquiciados y su lugar es la papelera de la historia? A cada mascarilla que compre Isabel, asomará el aura oscura de Tomás. A cada intento de Pablo por pactar (o boicotear) un nuevo Consejo General del Poder Judicial, aflorará el inquietante rictus de Teodoro. Si son incapaces de sanear heridas mediante una doble investigación creíble, les queda la Fiscalía. Solo la justicia podrá regenerar al Partido Popular. Pero, ¿cuándo?

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