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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una de kungfú en el Congreso

La sesión de control al Gobierno se vuelve a convertir en un intercambio de golpes sin sentido mientras Abascal sonríe

Sesion control Gobierno
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se dirige al líder del PP, Pablo Casado, durante la sesión del Congreso de los Diputados.Eduardo Parra (Europa Press)

Hay personas que cuentan muy bien las cosas y luego está Juan Villoro. El escritor mexicano —al que espero hayan leído o estén a punto de hacerlo— es un orador brillante, capaz de resucitar la tertulia más aburrida o mantener a un auditorio ensimismado durante horas. Hace un par de días, la cuenta de Twitter del Ja! Bilbao, el festival de arte y literatura con humor, publicó un vídeo en el que Juan Villoro le contaba al también escritor Martín Caparrós la historia de un amigo al que había tenido refugiado en su casa mientras trataba de recuperar a su pareja. Es mejor que lo vean, pero les resumo la historia con algunas de las frases de Villoro, aunque sin su entonación, sus gestos y, sobre todo, sus detalles, pierde mucho: “Mi amigo me dijo: ‘Ya le pedí perdón, pero no le basta que le diga que la quiero, sino cómo la quiero’. Y eso es un gran problema para el ser masculino. Tenía que buscar la frase triunfal y, finalmente, la encontró. Se reconciliaron y decidieron pasar un fin de semana juntos en la playa, pero me mandaron a su hijo, alguien se tenía que quedar con él. Cuando llegó, me dijo: ‘¿Y ahora qué hago?’ Le dije: ‘Pues tu papá dejó ahí unos vídeos, puedes mirarlos’. Él había oído la frase triunfal que su padre le había dicho a su madre, y entonces descubrió que estaba en uno de aquellos vídeos. La frase era algo así como ‘puedo luchar contra los otros, pero no contra tus ojos’. Lo cómico es que pertenecía a una película de karatecas... Un gurú tipo Bruce Lee explicaba que, si clavas tu mirada en el adversario, pierdes: ‘Hay que luchar contra el mundo, nunca contra sus ojos’. A mi amigo le pareció lo más romántico, y le funcionó, pero su hijo adolescente se frotaba las manos. Se fueron a la playa sin él, pero ahora se podría vengar contándole a su madre de dónde había sacado la frase el padre...”.

A las diez de la mañana del miércoles, sesión de control en el Congreso de los Diputados. No es una sesión de control cualquiera. En las últimas horas han pasado muchas cosas. Pablo Casado, tan locuaz en las últimas semanas en Twitter y otras macrogranjas, ha permanecido en silencio casi 48 horas tras su victoria triste en Castilla y León. Es más: el tuit que el martes por la noche le sirve para romper su jornada de reflexión poselectoral llama a una cierta esperanza de regreso al camino mil veces emprendido y siempre abandonado de la moderación y el centro.

El líder del PP, en clara referencia a un supuesto pacto con Vox, advierte: “Tenemos límites para pactar y acordar. Nuestros principios son nuestras condiciones y nunca renunciaremos a ellos. No estoy en política para llegar como sea, donde sea ni hacer lo que sea. Estoy para llevar el gran proyecto reformista y liberal del PP de nuevo al Gobierno”. El susto electoral unido a la solemnidad del minuto de silencio por el naufragio del pesquero gallego —”¡Hai vivos, mortos... e mariñeiros! Os heroes do mar en Terranova, para ganar a vida mentres outros tocan tambores de guerra para estragar”, escribe en su cuenta de Twitter Manuel Rivas— induce a esperar que hoy será distinto, que Pablo Casado, al menos en el tono, ojalá en el fondo, se dirija al presidente del Gobierno con preguntas y no dardos, y que Pedro Sánchez le responda en justa proporción. Pero nada de eso ocurre. La ilusión se esfuma en un instante. Siguen embebidos en los ojos del otro, sin mirar lo que sucede alrededor. No pasan ni dos minutos, y la sesión se convierte de nuevo en una película mala de kungfú, un intercambio de golpes sin sentido y sin provecho, un festival de frases sin sustancia copiadas de no se sabe dónde mientras Santiago Abascal —el tercero en intervenir, ya el tercero, no lo olvidemos— no cabe en sí de gozo.


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