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Historia de una pandemia

‘Scientific American’, la revista decana de la alta divulgación, aborda a través de 21 análisis todos los ángulos de las consecuencias de la covid y su impacto en el mundo

Scientific American covid
Monumento en homenaje a las víctimas del coronavirus instalado en el Senado de Brasil.ADRIANO MACHADO (REUTERS)
Javier Sampedro

Los historiadores seguirán estudiando las consecuencias de la covid dentro de un siglo, pero los investigadores no parecen dispuestos a esperar tanto. Scientific American, la revista decana de la alta divulgación, ha reunido un equipo de cerebros para escribir 21 análisis sobre todos los ángulos del tema, de la refutación del tosco mito del individualismo a la transformación del periodismo científico pasando por la insuficiencia de las instituciones mundiales de la salud, la abulia sobrevenida en materia de cambio climático y el crecimiento de la desigualdad. La historiografía pandémica ha quedado inaugurada con el mismo sentido de urgencia que caracterizó el desarrollo de las vacunas contra la covid.

Un asunto local estadounidense nos ilumina a todos al refutar dos leyendas persistentes que llevamos oyendo desde el inicio de la pandemia. Pese a todas las previsiones de recesión mundial como consecuencia del SARS-CoV-2, lo cierto es que la economía norteamericana creció en 2021. Pero la otra cara de ese dólar es que Estados Unidos registra el mayor número de casos y de muertes del mundo. Parece obvio que el tipo de contabilidad que se usa para medir la riqueza de un país (el PIB) ignora de manera soberana el bien más preciado que tienen sus habitantes, que es permanecer vivos. Pero “no morirse es importante para la calidad de vida”, como dijo el premio Nobel de Economía Paul Krugman. Los políticos que se llenaban la boca declarando que no había conflicto alguno entre la salud y la economía no pudieron equivocarse más. Esa es la primera leyenda refutada.

La segunda es que las personas saldrían de la pandemia mejor de lo que entraron, es decir, convertidas en mejores personas, literalmente. Esta idea manifiesta una ingenuidad tan candorosa que da hasta pena criticarla. La psicología humana es extraordinariamente tenaz, y el egoísmo está integrado en ella hasta la médula oblonga, también llamada bulbo raquídeo. La pandemia no ha vuelto mejor a ninguna persona, ni más unida a sociedad alguna. Un conocido pegamento para sociedades, siempre utilizado en la preparación prebélica, es la construcción de un enemigo común. Esto es lo que intentó Donald Trump con sus proclamas contra el “virus chino”, pero lo único que consiguió fue radicalizar a una horda racista, anticientífica y tóxica que ha envenenado aún más a la sociedad estadounidense y por extensión a la de medio mundo.

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Tal vez la peor consecuencia de la pandemia —para aquellos que seguimos vivos— sea la profundización de la desigualdad mundial. Entre 2020 y 2021, la riqueza de los milmillonarios creció en cuatro billones de euros, mientras 100 millones de personas caían por debajo del umbral de la pobreza, según la contabilidad favorita de otro premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz. La fractura no es solo entre países pobres y ricos, sino también entre sectores de población dentro de cada país. Los pobres tienen menos acceso a las bajas por enfermedad y más razones para eludir hacerse pruebas o revelar sus resultados.

La pérdida de empleo suele ser más grave para la gente peor pagada del sector servicios, como se ha visto en España, y estos trabajos son los que menos se pueden hacer desde casa. Ser pobre mata.

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