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Se olvidó de ser gay para enseñarnos a ser viejos

Udo Kier nos muestra cómo pasar por la vida sin censuras, sin arrodillarnos ante la presión social, plagados de deseos y de contradicciones, llenos de vida (y voluntad) hasta el final

Udo Kier
Fotograma de la película 'Swan Song' protagonizada por Udo Kier.Filmaffinity
Nuria Labari

“Pero bueno ¿y eso?, ¿se puede saber qué están haciendo?, ¿son papis con sus hijos?”, se pregunta un viejo peluquero gay recién escapado del asilo donde vive encerrado. Está sentado en un banco frente al mar en compañía de un amigo muerto —uno de esos fantasmas que pueblan la intimidad y la memoria aún después de marchar— mientras observa a una pareja de hombres jugar con sus hijos en la playa. El anciano viste un traje verde manzana (ácida), lleva un sombrero panamá morado y luce en sus manos grandes anillos cuajados de falsas piedras preciosas. “Creo que se me ha olvidado cómo ser gay”, concluye conmovido ante una imagen que no pudo ni imaginar en su juventud. Lo dice y su mirada de hielo está a punto de derretirse, como si en ese preciso momento extrañara su vida entera: lo que estuvo bien y también todo cuanto dolió. Quizás esa sea una auténtica mirada de la vejez y desde luego es preciosa. Claro que quien así mira es el mítico actor Udo Kier, secundario fetiche de directores como Gus van Sant, Lars von Trier o Rainer Werner Fassbinder. Y lo hace en su debut como actor protagonista a los 75 años. El resultado es una interpretación sublime, además de un decálogo para vejeces indómitas.

Hay cosas en esta vida que no podemos hacer cuando somos jóvenes, ni maduros, ni siquiera mayores. Algunas cosas, pocas, solo podremos hacerlas si llegamos a viejos. Y puede que una de ellas sea la revolución, la disidencia radical, la negación total. Al menos es lo que ha venido a demostrarnos Udo Kier en “Song Swan” (Filmin). La película que dirige Todd Stephens —y que ha tenido problemas de distribución en España— es una afirmación de la identidad en el momento más difícil de la vida: el del aislamiento y el olvido que en ocasiones implica la vejez y que precede a la muerte. Celebrar la vida en un momento así, encontrar el sentido y no someterse a la presión de las instituciones es tarea de héroes. Quizás por eso el protagonista de esta propuesta sea un anciano peluquero gay, orgulloso de serlo (como el propio Udo), alguien que ha conocido el estigma y la invisibilidad social mucho antes de llegar a viejo, un hombre capaz de afirmar su cuerpo y su deseo en las circunstancias más adversas. De hecho, la película rinde homenaje a todas las personas homosexuales que tuvieron que vivir su sexualidad en sociedades más intolerantes que la nuestra. Pero al mismo tiempo denuncia una nueva forma de estigma e intolerancia: la que padecen millones de personas por el mero hecho de llegar a viejas, “condenadas” a vivir cumpliendo normas que otros decidieron por ellos, convenciones que quizás sea hora de derribar. Ser viejo se está convirtiendo en una nueva e injustificable forma de exclusión.

Por fortuna, Pat Pitsenbarger —el peluquero a quien da vida Udo Kier— sabe bien que la identidad no solo se construye con los otros sino también, cuando es preciso, contra ellos. Igual que sabe que la libertad no se negocia jamás. Y mucho menos cuando te la quitan. En ocasiones, hay que ser de hierro para ser viejo, pero nuestro héroe es un guerrero, no tiene miedo a nada y, como tantos mayores, lo ha perdido todo. No tiene casa ni amor ni dinero ni edad para trabajar. Su pareja murió de SIDA y no le reconocieron su derecho a la herencia del que fuera su hogar. Así que es uno de esos mayores que vive en una residencia contra su lúcida voluntad. Su salud hace aguas, el fin se acerca y, sin embargo, su cabeza está en perfecto estado. Quizás por eso, lo que peor lleva de vivir en esta nueva forma de aislamiento social es que le prohíban fumar. Precisamente ahora que le da igual morirse, le castigan sin su vicio más preciado. Puede tomar otras drogas, un montón de pastillas que le ofrecen a diario, pero nunca más sus favoritas. Nada de tabaco ni alcohol hasta la muerte. ¿Quién ha decidido semejante cosa? ¿Con qué derecho? ¿Por qué debe aceptar una norma así? Estas son preguntas que nos lanza a todos y que nos obligan a plantearnos la gestión de los deseos y la voluntad de las personas mayores. La gestión, quizás, de nuestros futuros deseos y limitaciones.

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Porque resulta que el motivo por el que debe cumplir normas que no se exigen a ningún otro adulto no es otro que su edad y su salud, de la que ha dejado de ser responsable por un motivo que ninguna enfermera está dispuesta a explicar. Así las cosas, el sometimiento y la depresión parecen ser la única salida. Sin embargo, nuestro indómito Pat, entrenado en vivir al margen de la norma, fuma a escondidas con devoción. Ese gesto anodino y condenado, ese deseo de vida y de muerte en cada calada es la última victoria de quien ha entendido que la libertad no es un regalo sino una conquista. Y así hasta que llega el feliz día en que nuestro peluquero decide pirarse del asilo con lo puesto por un motivo que excede el asunto del tabaco. Sucede que una antigua clienta lo reclama para que la maquille en un último acto público: su entierro. La mujer ha dejado escrito cómo quiere lucir en su caja: genio, figura y un cardado a la altura parecen ser las premisas. El entierro se presenta así como una nueva afirmación de la voluntad, como una despedida personal del propio cuerpo que puede ser meditada y cuidada, además de una última ocasión para estar guapa.

No les hago spoiler si les digo que nuestro protagonista, como todos nosotros, camina derechito a la muerte. Sin embargo, lo valioso de Udo Kier es que nos muestra cómo hacer el camino, cómo pasar por la vida sin censuras, sin arrodillarnos ante la presión social y las imposiciones arbitrarias, plagados de deseos y de contradicciones, llenos de vida (y voluntad) después de todo. Hasta el final. No debe ser fácil y por lo visto, solo lo consiguen quienes llegan bien entrenados. Definitivamente, para gozar de una vejez libre hay que empezar a rebelarse siendo aún joven.

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Sobre la firma

Nuria Labari
Es periodista y escritora. Ha trabajado en 'El Mundo', 'Marie Clarie' y el grupo Mediaset. Ha publicado 'Cosas que brillan cuando están rotas' (Círculo de Tiza), 'La mejor madre del mundo' y 'El último hombre blanco' (Literatura Random House). Con 'Los borrachos de mi vida' ganó el Premio de Narrativa de Caja Madrid en 2007.

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