El ‘problema Johnson’
El primer ministro es hoy una rémora no solo para el Partido Conservador, sino para toda la sociedad británica
Boris Johnson ha logrado sobrevivir, por el momento, al escándalo de las fiestas prohibidas en Downing Street durante el confinamiento. Su situación es prácticamente de libertad vigilada, porque los diputados conservadores han decidido aguantar hasta las elecciones locales de mayo para comprobar el daño político que ha ocasionado la crisis, pero no perdonan al primer ministro el destrozo causado a la reputación del partido. Johnson les pidió paciencia cuando las primeras informaciones desataron la indignación ciudadana. Frenó una posible moción de censura interna que habría cuestionado su liderazgo a base de pedir perdón y de implorar a sus compañeros de partido que esperaran a las conclusiones del informe sobre las fiestas, que estaba elaborando la vicesecretaria permanente de la Oficina del Gabinete, Sue Gray. Nadie dudaba de que esta alta funcionaria, quien se jugaba su reputación en el empeño, cargaría las tintas contra los excesos de alcohol y falta de respeto a las normas impuestas al resto de la población que se vivieron en la sede del Gobierno. A la espera del texto, Johnson hizo lo que mejor sabe hacer: ganar tiempo, mostrar propósito de enmienda y sembrar las dudas entre sus compañeros de filas sobre la conveniencia de una nueva guerra civil en el conservadurismo británico. Más allá de la repulsa provocada por el llamado partygate, no está nada claro quién puede ser el sustituto del primer ministro y con qué agenda política. Euroescépticos, libertarios contrarios a las restricciones sociales, moderados, europeístas o simplemente nostálgicos de un Partido Conservador decente coinciden en su rechazo a Johnson, pero en poco más.
Solo esa división de sus críticos ha dado un respiro a un político que, cada día que pasa, se perfila más como el principal problema del Partido Conservador y, por extensión, de los ciudadanos británicos. La oposición ha crecido en las encuestas, pero todavía es débil y no acaba de ser percibida como opción de gobierno. Nadie sabe qué puede pasar cuando Sue Gray publique su informe completo, porque las fiestas más graves se hallan aún bajo investigación policial. Aun así, en sus conclusiones provisionales —una “actualización”, llamó a la primera entrega— señaló “graves incumplimientos” de los estándares éticos exigibles al personal del Gobierno y “fallos de liderazgo” en todos los niveles de Downing Street. Es decir, apuntó a la cabeza de la organización sin nombrar a Boris Johnson directamente.
El primer ministro británico es hoy un político investigado policialmente por presuntas infracciones penales, que ni siquiera se ha comprometido a informar a los ciudadanos si finalmente debe pagar una multa por saltarse las normas. Johnson compareció el lunes ante la Cámara de los Comunes para esbozar nuevas disculpas y comprometerse a poner orden en Downing Street. Sus promesas fueron vagas y difusas, pero no su arrogancia desafiante. Volvió a presentarse como el hombre que logró sacar al Reino Unido de la UE, aunque las nefastas consecuencias del Brexit sigan siendo un quebradero de cabeza diario para ciudadanos y empresas; presumió de haber lanzado la campaña de vacunación más exitosa y rápida de Europa, pero olvidó que las cifras de muertes superan las de cualquier otro país del continente. Aseguró también que su Gobierno lidera a Occidente frente al desafío de Vladímir Putin en Ucrania, a pesar de que aquella tarde el presidente ruso decidió cancelar la llamada telefónica que tenían ambos agendada, que se realizó finalmente el miércoles. Johnson es hoy una rémora para los conservadores, que aguanta en Downing Street con tiempo prestado.
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