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Columna
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La escuela no es la única que enseña a leer; la tinta negra del periodismo ha sido involuntariamente una tiza, el papel sábana ha sido pizarra, hay mucha trama novelística escondida en algunas piezas de prensa

Un hombre leyendo un periódico en el parque Caramuel, en el barrio de Puerta del Angel, Madrid.
Un hombre leyendo un periódico en el parque Caramuel, en el barrio de Puerta del Angel, Madrid.Olmo Calvo
Lola Pons Rodríguez

Este texto que usted lee aquí se inserta en un tipo de comunicación que ha sido durante décadas un gran pilar para la lengua y la literatura. El periodismo, que está hoy de fiesta en España por ser el día de su patrón, san Francisco de Sales, nos parece ahora una parte más de nuestra vida: eso que llamamos los medios, que abarca en la actualidad novedosamente a las redes sociales y que antes incluyó otros elementos innovadores como la televisión o la radio, fue en su primera manifestación un periódico impreso, algo que ya solo algunos empeñados seguimos comprando sin miedo a la sombra de tinta en los dedos.

La escolarización ha sido, tristemente, un capítulo tardío de nuestra historia letrada, e incluso cuando se hizo general y obligatoria, esta suponía un periodo muy corto en la vida de los individuos. Para la mayoría de los españoles, la prensa era la fuente que manaba noticias y que las hacía correr entre quienes sabían leer, que a su vez, en ocasiones, las leían colectivamente a otros. Y esa práctica de lectura diaria eran las únicas letras que, en muchos casos, unos abordaban y otros miraban sin saber descifrar; entender los titulares era el gran logro de quienes con esfuerzo y de adultos conseguían aprender a leer. Sé que muchos se enfadan, y con razón, cuando el periodismo hace un uso inadecuado de una palabra o cuando una falta de ortografía salpica y desmerece una de estas hojas volanderas hoy digitales. Modernos catones, la responsabilidad lingüística de los periódicos es tan grande como su difusión.

El periódico ha sido, además, la escuela de escritura de muchos autores que hoy consideramos figuras de la literatura pero que fueron periodistas en sus inicios. En América, el periodismo curtió a Roberto Arlt en la crónica policial, a Gabriel García Márquez lo sensibiliza en el retrato de personajes al hacer crítica de cine; en España, Miguel Delibes se fortalece en el reporterismo, en la fotografía de personajes y hechos que se hacían escenas y cuadros en alguna de sus rotundas novelas. Al calor de esas herramientas de viejo periodista (la linotipia, la teja, el chibalete) se levantaba invisible el laboratorio de muchos de nuestros escritores, su escuela. La escritura era un trabajo alimenticio que los nutría también de temas y de recursos.

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La prensa escrita ha sido, pues, una parte de la educación informal de muchos lectores y una parte del entrenamiento en la escritura de muchos novelistas. Estoy defendiendo que lo que usted está leyendo ahora en pantalla o en papel ha sido la cartilla de numerosos hispanohablantes y también el vivero de un buen número de nuestros autores. Y esto pasa porque la escuela, siendo enorme y fundamental, no es la única que enseña a leer; la tinta negra del periodismo ha sido involuntariamente una tiza, el papel sábana ha sido pizarra, hay mucha trama novelística escondida en algunas piezas de prensa. Las rotativas iban echando libros de texto con forma de periódico y seguramente ni los propios profesionales eran conscientes de ello. Hoy es el Día de los Periodistas, sí, pero de alguna forma es también el día de la lengua y de la literatura.

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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.

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