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Columna
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Vendo adosado

Ciertos popes andan enfangados en sonrojante trifulca de casados frente a solteros, y viceversa, como si fueran modelos excluyentes

Una pareja pasea junto al mirador de la localidad madrileña de Los Santos de la Humosa.
Una pareja pasea junto al mirador de la localidad madrileña de Los Santos de la Humosa.FERNANDO VILLAR (EFE)
Luz Sánchez-Mellado

Hace 25 años me mudé de mi pisito de casada a un adosado de medio pelo. Cambiamos hipoteca por hipotecón, pero valía la pena. Dos plantas, sótano, buhardilla y piscina comunitaria semiolímpica, qué menos. Los vecinos estábamos cortados por el mismo patrón sociológico: parejas con dos sueldos, dos coches y dos niños, o intención de tenerlos. Y vaya si los tuvimos. Crecimos y nos multiplicamos que daba gusto vernos. Durante muchos años, fue todo amor y lujo en el vecindario. Las fiestas de la piscina, las cachas de los socorristas, las comparativas de biquinis y petunias, o de barbacoas y BMW centraban los debates de verano, porque en invierno cada oso volvía a su osera y, si nos habíamos visto, no nos acordábamos. Hasta que los chicos crecieron y nos fuimos quedando las madres y padres fundadores a solas con nuestras glorias y miserias. Henos aquí, un cuarto de siglo y varias idas a más y venidas a menos más tarde. Unos, aún casados. Otros, con las peras partidas hace siglos. Alguno estrenando pareja. Y alguna, ay, criando malvas en plena flor de la vida. Lo que no consta en el Registro son las broncas a muerte que traspasaban las paredes antes y después de los gemidos del sexo. Ni los celos, ni los cuernos, ni los carros y carretas. Eso queda intramuros.

Ciertos popes andan enfangados en sonrojante trifulca de casados frente a solteros, y viceversa, como si fueran modelos excluyentes. Como si uno fuera el culmen de la libertad frente al mandato divino de creced y multiplicaos, y el otro, el marco del sometimiento de la mujer al varón, o viceversa. Como si, lo que hay que leer, la familia estuviera oprimida por la dictadura del poliamor y el género fluido. Como si el mundo fuera tan en blanco y negro como el TAC de sus cerebros. No. Lo malo —lo bueno— de la vida es que, con tiempo suficiente, te puedes ver queriendo o sin querer a uno y otro lado de la trinchera. O en medio. La única agua que no beberás es la del desierto. Vendo adosado.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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