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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Djokovic no está a la altura

El tenista serbio ha decidido no vacunarse y tendrá que asumir las consecuencias, cualesquiera que sean

Novak Djokovic celebra un punto contra el alemán Alexander Zverev en el Abierto de Australia 2021, el pasado febrero.
Novak Djokovic celebra un punto contra el alemán Alexander Zverev en el Abierto de Australia 2021, el pasado febrero.ASANKA BRENDON RATNAYAKE (REUTERS)
El País

En un partido de tenis profesional, cuando un jugador viola el código de conducta recibe una advertencia por parte del juez de silla. Si reincide, pierde un punto, y a la tercera ocasión, un juego completo. El infractor, pongamos por caso Novak Djokovic —objetivamente, uno de los tres mejores tenistas de la historia—, está en su ecosistema, rodeado de aficionados que quieren seguir viéndole competir. Frente a él, un árbitro con mucha mano izquierda intenta reconducir el partido en aras del espectáculo y el negocio. Djokovic, tenista volcánico, ha vivido antes circunstancias similares, hasta ser descalificado en el Abierto de Estados Unidos por darle un pelotazo a una juez de línea.

La realidad fuera de la cancha es más compleja, sobre todo cuando confluyen una crisis sanitaria, un país en las antípodas del de Djokovic con unas elecciones cerca y una población agotada por las estrictas normas a las que se la ha sometido. El tenista, que durante la pandemia ha hecho explícito su rechazo a vacunarse, trata ahora de forzar las reglas para poder defender su título en el Abierto de Australia, aprovechándose para ello de su condición de máxima estrella. El serbio no era el único interesado en jugar en Melbourne a partir del próximo lunes. Los organizadores tienen, si cabe, mayor necesidad de contar con él. Djokovic es al torneo de Australia lo que Rafa Nadal a Roland Garros.

Es ahí donde viene el embrollo, y unas responsabilidades que deben quedar repartidas. La asociación de tenis australiana y el Estado de Victoria concedieron una exención médica al jugador, que alegó un contagio de coronavirus en diciembre para poder viajar sin las preceptivas dos dosis de la vacuna exigidas. Sin embargo, la decisión final estaba en los responsables de fronteras y, en último lugar, en el Gobierno central, que consideró inválido el visado de Djokovic cuando se disponía a cruzar la aduana. Esa desastrosa coordinación coincide con el peor momento de contagios en el país. Hace un año, Australia era una excepción a salvo de la covid, pero esta ola lo ha cambiado todo. A Djokovic, y también a los organizadores del torneo, les ha fallado la sensibilidad con los tiempos que vivimos.

Con cierta sobreactuación, el primer ministro australiano, Scott Morrison, dejó claro que no habría privilegios, ni siquiera con el nueve veces ganador del Abierto de su país. Del deporte se pasó así a la alta diplomacia, y el presidente de Serbia, junto a la familia del tenista, denunció una “caza política”. Como señaló Nadal, Djokovic habría tenido muy sencillo jugar, vacunándose y siguiendo las recomendaciones de la ciencia. No lo ha hecho, y tendrá que asumir las consecuencias, cualesquiera que sean ―la expulsión o quizá el rechazo del público―. Y aunque no se le pueda exigir nada, resulta penoso que Djokovic no aproveche la plataforma que le da su posición para causas mejores. Con solo mirar al tenis femenino encontraría buenos ejemplos.


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