El otro medio planeta
Las nuevas vacunas dan un empujón a la iniciativa Covax para el mundo pobre. Pero luego empiezan los problemas
En enero empezarán a llegar los 200 millones de dosis que la Comisión Europea ha reservado de la flamante vacuna de Novavax, recién aprobada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es la quinta vacuna anticovid autorizada en Europa, y exhibe una diferencia importante respecto a Pfizer y Moderna, los dos productos estrella basados en la tecnología del ARN mensajero (mRNA en sus siglas universales). El mRNA es una instrucción genética para que nuestras células fabriquen la proteína S, la que forma las ahora famosas espículas del coronavirus y da su nombre a esta familia viral. Novavax introduce directamente la proteína S, lo que tiene dos efectos ventajosos: anula el popular argumento antivacunas de que Pfizer y Moderna modifican nuestra información genética; y evita la ultracongelación requerida por los productos de mRNA, que es una sustancia muy frágil, y dura en el refrigerador ocho meses más.
Los 200 millones de dosis, suficientes para vacunar con doble inyección al 22% de la población de la UE, siempre serán bienvenidos, sobre todo si consideramos que la inmunidad conferida por las vacunas anteriores se debilita mucho en seis meses, lo que implica poner inyecciones de refuerzo. En Israel ya están empezando con la cuarta dosis. Novavax no se libra de los fastidios que genera la variante ómicron para las demás vacunas: pierde fuelle contra ella, aunque lo recupera con una tercera dosis. La empresa, como todas las demás, está desarrollando versiones dirigidas específicamente contra ómicron. Entretanto, sigue siendo mejor vacunarse que no hacerlo.
Pero lo más importante son los 1.100 millones de dosis de Novavax que llegarán a los países en desarrollo el año que viene. Novavax ya está produciéndose en el Instituto Serum de India, el mayor fabricante de vacunas para el mundo pobre, bajo licencia de la pequeña firma de Maryland que inventó esta inyección. Su distribución por los países en desarrollo correrá a cargo de Covax, un servicio global de acceso equitativo a las vacunas anticovid coordinado por la OMS y la alianza Gavi, entre otros.
La iniciativa Covax ha sufrido este año lo que no está en los escritos para conseguir su objetivo de vacunar al personal médico y las personas de alto riesgo de los países pobres, que suponen solo un 20% de la población, pero son prioritarios para evitar muertes y contener la propagación del virus. No ha sido posible en 2021, pero los de Covax se sienten más optimistas de cara a 2022, cuando confían en distribuir 1.400 millones de dosis a los países pobres. Los 1.100 millones de dosis de Novavax son obviamente la parte del león en ese plan, y la aprobación de la OMS, que es un requisito para Covax, les ha llovido por tanto como agua de mayo.
Pero los problemas más graves empiezan justo después de la distribución por Covax. Nigeria destruyó el miércoles un millón de vacunas de AstraZeneca por el método de apisonarlas con vehículos de oruga. Hicieron bien, puesto que se habían caducado. Lo que hicieron mal fue no aprovecharlas a tiempo de que llegaran a los brazos de sus ciudadanos. Este es un problema general en los países pobres, y muy difícil de solventar en un año.
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