Final de año
La vacunación ha ido bien y el volcán de La Palma ha dejado de rugir, pero todo lo demás arroja un balance inquietante
En el solsticio de invierno hay que hacer balance de un año desolador. Es verdad que la vacunación ha ido bien y que el volcán de La Palma ha dejado de rugir, pero todo lo demás resulta inquietante. El tremor de la crispación es más ensordecedor que nunca porque el líder de la oposición ha entrado en pánico de nuevo, perseguido como se siente por la pinza entre Isabel Díaz Ayuso y Vox, lo que le ha llevado a extremar su histeria bipolar con otra sarta de infundios contra el presidente y la vicepresidenta: a este paso, lo siguiente será imitar a QAnon, acusando de pederastia al Gobierno en el pleno. La sexta ola de la covid arrecia su escalada mientras las autoridades se resisten a imponer restricciones a la población. La recuperación se frena estrangulada por la inflación, el alza del megavatio, la caída del comercio y el temor de los bancos centrales. Cataluña se enzarza en otra cruzada lingüística, lo que mueve a JxCat y ERC a hacer las paces en aras de su sagrada unidad patria. La España despoblada organiza un ejército electoral de chalecos amarillos, hoy por hoy pacífico. Y así sucesivamente, en una cadena de perturbaciones que emergen de un subyacente malestar social.
Para hacer balance anual de la España real, y no solo de la política, es muy esclarecedor consultar el Índice de Desarrollo Juvenil (ISDJ), publicado el martes pasado por el Centro Reina Sofía de Adolescencia y Juventud, que revela un hecho preocupante: la juventud española es una de las que más ha sufrido las consecuencias negativas de la covid en Europa, devolviendo los indicadores de empleo y emancipación a los peores niveles de la crisis del euro. Lo que viene a confirmar que la lucha española contra la pandemia, pese a la alta vacunación, ha supuesto dos graves fracasos: la mortalidad excesiva, superior a nuestro entorno, y el bloqueo de la emancipación de los jóvenes que ha prolongado sine die su dependencia familiar, como certifican ahora los datos de 2021 del ISDJ. Pero se da la paradoja de que la juventud española, a la cola en empleo, vivienda y emancipación, figura a la cabeza de Europa en satisfacción vital, confortablemente acomodada como está en la prolongación de su dependencia familiar. De ahí su disfrute hedonista de la vida y su creciente derechización política, pues el activismo indignado del 15-M es ya un pálido recuerdo, hoy borrado por el carpe diem de Díaz Ayuso.
Todo porque nuestra clase política prefiere dedicarse a luchar por el poder encerrada con su único juguete de la crispación bipolar, mientras descuida las políticas públicas que quedan abandonadas a su suerte. Aunque esto podría cambiar con la llegada al Gobierno de Joan Subirats, un experto en políticas públicas que además ha dirigido múltiples investigaciones sobre juventud, algunas de ellas para el mismo Centro Reina Sofía que publica el ISDJ, de cuyo comité asesor forma parte y en cuyo último informe participa Subirats. Politólogo por politólogo, esta adquisición compensa con creces el mutis de Pablo Iglesias.
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