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tribuna
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Repetición escolar, una mala política educativa

La verdadera opción que hay que tomar es la construcción de un sistema que no deje a nadie atrás

Inmersion linguistica Cataluña
Alumnos de primero de la ESO en el instituto Joanot Martorell, de Esplugues de Llobregat, en septiembre de 2020.Albert Garcia

La reciente aprobación del decreto que regula la evaluación y la promoción de curso ha vuelto a evidenciar las tensiones entre distintos modelos de política educativa. La nueva normativa revisa los supuestos de la repetición de curso y elimina el criterio asociado al número de suspensos, dejando la decisión exclusivamente en manos del equipo docente. Los sectores críticos con la nueva medida sostienen que constituye un paso más en la opción por un modelo que minusvalora el esfuerzo, sacrifica la calidad de la enseñanza mediante la igualación de la mediocridad y elimina el mérito como principio vertebrador del sistema educativo. Asimismo, no son pocos los docentes que se oponen a la nueva regulación de la repetición al considerar esta práctica un recurso de gestión de la diversidad en las aulas y de mejora del rendimiento académico. Flexibilizar la repetición supone, para unos y otros, facilitar la promoción de curso a quienes no lo merecen, y con ello cuestionar el rol de la meritocracia como sistema justo de acceso a las posiciones sociales y como legitimación de las desigualdades.

En realidad, la repetición de curso es una práctica pedagógica asociada a los peores modelos de educación compensatoria, regidos por el principio de insistir en lo que ya se ha hecho “hasta que entre”. Sin embargo, la potencia del discurso y la inercia de la práctica de este recurso llegan a desplazar la contundencia de la evidencia sobre cuán ineficaz, desigual y cara es la repetición de curso.

En España, casi uno de cada tres alumnos ha repetido al menos una vez antes de terminar la enseñanza obligatoria, triplicando así la tasa de repetición de la media los países de la OCDE. La evidencia también ha demostrado que la repetición no mejora el rendimiento. Los resultados PISA muestran que los repetidores presentan niveles medios de rendimiento muy inferiores al alumnado que no ha repetido, una diferencia que puede equivaler a dos cursos académicos. Un estudio reciente indica que dos de cada tres alumnos que abandonan prematuramente los estudios han sido repetidores. En suma, aunque la repetición pueda estar motivada por un bajo rendimiento, la medida no se traduce en una mejora de resultados del alumnado y sí, en cambio, afecta negativamente a sus trayectorias educativas.

Además de ineficaz, la repetición actúa como mecanismo de reproducción de las desigualdades sociales. En España, los alumnos de origen social desfavorecido repiten casi cinco veces más que los alumnos de mayor estatus socioeconómico. Esta diferencia no se explica simplemente por la relación entre nivel socioeconómico y desempeño académico. Los datos revelan que incluso con el mismo nivel de rendimiento el alumnado socialmente desfavorecido repite curso con mucha mayor frecuencia que el alumnado de nivel socioeconómico alto. En otras palabras, la repetición se aplica ampliamente al alumnado de menor nivel social de bajo rendimiento, mientras que el de mayor estatus pasa de curso aun cuando presenta niveles competenciales bajos.

Por último, el coste económico de la repetición representa una auténtica losa para el presupuesto público. Las estimaciones más recientes sitúan el coste de la repetición en el 13,6% del gasto público total en enseñanza primaria y secundaria, lo que equivale a unos 1.500 millones de euros anuales. Una cantidad ingente de recursos para una medida tan ineficaz como injusta.

La revisión del mecanismo de repetición incluida en el nuevo decreto no convierte a España en el país menos estricto respecto a esta práctica. En muchos países de nuestro entorno no existe el mecanismo de repetición o es una medida que se aplica de manera excepcional. El uso de la repetición como instrumento de gestión de la diversidad puede que parezca más lógico en países con modelos de enseñanza que no separan prematuramente al alumnado en distintos itinerarios y mantienen un currículo común hasta el final de la etapa obligatoria. Pero el ejemplo de los países nórdicos nos muestra que es posible la capacidad de comprensión con ausencia de repetición. ¿Dónde está el secreto? En la diferencia entre un modelo de integración uniforme, como el español, y un modelo de integración individualizada, como el nórdico. Los sistemas de integración individualizada son capaces de desarrollar dos estrategias clave: una gran capacidad de prevención y anticipación del sistema ante los problemas de aprendizaje y estrategias eficaces de gestión de la diversidad y la heterogeneidad de las aulas. Se trata de un modelo que, sin reducir expectativas de aprendizaje, no pretende estandarizar el nivel de conocimientos de los alumnos, y sí, en cambio, apoyarles en su aprendizaje para que construyan sus proyectos de estudio y de vida.

Sin duda, un cambio así requiere recursos humanos y materiales. Pero necesita también una nueva cultura de evaluación, menos normativa y más formativa, que sitúe el aprendizaje y la autorregulación del alumno como finalidad en la etapa obligatoria, alejándose así de la voluntad de certificación o selección. Sin embargo, para ello es necesario priorizar la construcción de un sistema educativo que no deje a nadie atrás. Y esta es la verdadera opción política que hay que tomar.

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