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COLUMNA
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El Pequeño Nicolás se hace mayor

Lo grave de la presencia de Sarkozy en la convención del PP tiene que ver con la coincidencia profunda de valores. Para empezar, el poquísimo esfuerzo por frenar la corrupción

Pablo Casado y Nicolás Sarkozy (izquierda), en la tercera jornada de la Convención Nacional del PP.
Pablo Casado y Nicolás Sarkozy (izquierda), en la tercera jornada de la Convención Nacional del PP.Gustavo Valiente (Europa Press)
David Trueba

La coincidencia de que el expresidente francés Nicolás Sarkozy fuera uno de los elegidos internacionales para acompañar la convención del PP en Valencia el día antes de ser condenado en su país por corrupción desató muchas bromas. La comicidad de las noticias es un arma de doble filo. Ahora que proliferan los noticiarios distendidos y humorísticos, podríamos confundir las ocasiones para el chiste con la ausencia de rigor crítico. Lo que menos interesa es que el azar jugara una mala pasada a los organizadores del congreso de relanzamiento de la candidatura opositora de Pablo Casado. Esto le puede pasar a cualquiera, no en vano las personas nos acostumbramos a festejar el nacimiento de un bebé al tiempo que salimos de un entierro de otro ser querido. Lo grave de la presencia de Sarkozy tiene que ver con la coincidencia profunda de valores. Para empezar, el poquísimo esfuerzo por frenar la corrupción que rodea la política. A la espera de conocer la condena por la utilización de dinero vertido por el dictador Gadafi en la candidatura de Sarkozy, la demoledora decisión judicial en Francia apuntaba a una contabilidad en negro del partido conservador francés. Ese entramado le permitía llevar a cabo actos de gran envergadura mediática, en entornos espectaculares, sin jamás rendir cuentas a los organismos de control. ¿Les suena el asunto de esa trama de actos de campaña pagados con sobornos por licencias de obra pública con la que desnudó la trama Gürtel?

Peor ha sido la reacción del propio Sarkozy a su condena. Ha acusado a los tribunales franceses de tomar decisiones por razones ideológicas. Si esas declaraciones vinieran de un político en el otro extremo ideológico, el PP se habría apresurado a censurarlas como un ataque a la independencia judicial, a la división de poderes y, ¿cómo no?, a la sacrosanta Constitución. Pero como es uno de los nuestros el que ataca al Poder Judicial, entonces todo suena bien. Cuando ya enfilamos hacia el cuarto año sin renovación en los órganos judiciales españoles, no parece que el despecho de Sarkozy ante su condena sea el mejor compañero de viaje para la regeneración en España. La mayoría de los ciudadanos sospecha que la eternización de un Consejo del Poder Judicial caducado responde tan solo a una estrategia de defensa de un partido acosado por causas de corrupción. Refutar esa opinión generalizada requiere más habilidad política que la que están mostrando los responsables, con constantes cambios de motivación.

Pero aún menos accidental es la coincidencia de la dialéctica de Sarkozy con esa idealización que pretenden formular los conservadores españoles en torno al periodo de colonización. Decir que la prioridad de la conquista de América fue llevar la libertad a los pueblos indígenas ofende tanto a la inteligencia como aquel discurso de Sarkozy en Dakar en 2007 en el que afirmaba que el drama de África estribaba en que el hombre africano no había entrado suficientemente en la historia. Ese recauchutado del pasado para eludir los desafíos del presente contiene una enorme dosis de falseamiento y de renuncia al análisis serio. La estrategia de imbuir de un orgullo patriótico remoto responde a intereses electoralistas demasiado coyunturales. Algunos confían en que ese Pequeño Nicolás, con perfil de arribista envuelto en la bandera, nunca se haga mayor.


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