El voto catastrófico
Ningún gobierno que quiera sobrevivir debe olvidarse de los damnificados en una emergencia, pero los incentivos electorales no son suficientes para equiparnos mejor para prevenir desgracias
Cuando hay un desastre natural todos los ojos miran al Estado. Volcanes, plagas, inundaciones… Es una constante en la historia. De repente, hasta los más críticos con el intrusivo Leviatán encuentran provecho en su cobijo. Ahora bien ¿cómo reaccionan los votantes ante este tipo de eventos?
Algunos autores van directos a la yugular y dicen que cualquier catástrofe se puede llevar por delante a un gobierno. Como los ciudadanos somos miopes y castigamos en las urnas cualquier pérdida de bienestar, no hay nada más que discutir. Achen y Bartels, en un artículo clásico, apuntan cómo los ciudadanos votan menos a los alcaldes costeros cuando hay ataques de tiburones (cosa que, en un principio, escapa a su control, salvo que seas el de la película de Steven Spielberg). O a la inversa, premian a sus gobernantes si su equipo local gana la liga estatal de béisbol a pocos días de la elección algo que, de nuevo, escapa a su autoridad. Esta visión ha venido respaldada en los estudios que se hicieron sobre las inundaciones en Pakistán en 2010, los maremotos de Japón en 2011 o el desastre del huracán Katrina en Nueva Orleans.
En el polo contrario se sitúan autores que matizan esta idea. En teoría un ciudadano puede castigar a sus gobernantes por no anticiparse a un desastre. Sin embargo, saber si se pusieron todos los medios para prevenirlo o evitarlo siempre es difícil. Más allá de la batalla por la opinión pública, la mayoría de los votantes no pueden más que fiarse de lo que dicen medios y partidos. Por tanto, en ese sentido los ciudadanos sí somos miopes.
Ahora bien, lo que los votantes sí aprecian es si existen políticas compensatorias que traten con las consecuencias de la catástrofe. Como mostraron Healy y Malhotra, puede que no castiguemos la falta de previsión, pero sí premiamos a los gobiernos que invierten en las zonas golpeadas por una tragedia. Estos resultados son bastante consistentes tanto en EE UU como Europa, desde el chapapote de Galicia hasta las inundaciones de 2002 en Alemania las cuales, por cierto, acabaron reforzando la popularidad del canciller Schröeder. Además, esta “gratitud” del votante puede tener un efecto sostenido en el tiempo, más allá de las próximas elecciones.
Esto lo que nos apunta es que ningún gobierno que quiera sobrevivir debe olvidarse de los damnificados en una emergencia. Pero, igual de importante, que los incentivos electorales por sí mismos no son suficientes para equiparnos mejor para prevenir desgracias futuras. Solo con organismos independientes de alerta temprana y gestión, al margen de los gobiernos, se puede estar mejor preparado. Razón de más para tener lo antes posible esa agencia independiente de salud. Quitemos de en medio la discusión política sobre la prevención de cualquier emergencia y hagamos que nuestras instituciones aprendan.
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