_
_
_
_
columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El estilo de la socialdemocracia

El triunfo de Olaf Scholz en Alemania da alas a una tradición que reivindica la palabra y la negociación como instrumentos fundamentales de la política

José Andrés Rojo
Olaf Scholz, el líder del Partido Socialdemócrata (SPD) alemán.
Olaf Scholz, el líder del Partido Socialdemócrata (SPD) alemán.MICHELE TANTUSSI (Reuters)

La victoria de los socialdemócratas en Alemania ha venido a reforzar una opción política que llevaba un tiempo lastimada y maltrecha. A su líder, Olaf Scholz, le toca ahora negociar para conseguir los apoyos necesarios y convertirse en el nuevo canciller, pero mientras tanto no está de más celebrar que en el país más fuerte de la Unión Europea haya conseguido la primera posición un partido que viene de una tradición en la que la búsqueda de acuerdos y la capacidad de negociación son dos claras señas de identidad. Y que se combinan, además, con el afán fundamental de reforzar el Estado de bienestar y atender a las urgencias de los más necesitados.

Los adversarios de la socialdemocracia la critican por dar demasiado peso al Estado, y señalan que en su afán de controlar cada vez más vez más parcelas de la vida pública ha ido ahogando los derechos individuales. Hay otros, en cambio, que acusan a los socialdemócratas de ser demasiado débiles, incapaces de ir más lejos en su lucha contra el capital, ante el que se rinden con demasiada facilidad. Los destrozos que produjo la Gran Recesión, y muchas de las políticas de recortes que se aplicaron después, provocaron una severa crisis en esta vieja tradición que se encontró también desbordada por las transformaciones que introdujo en el mundo la globalización y la llegada de las nuevas tecnologías. Muchas de las políticas de izquierdas que se consiguieron aplicar con éxito en el marco del Estado nación no lograron trasladarse a una realidad distinta donde los mercados desregulados impusieron sus pautas. Es pronto, por tanto, para saber si la socialdemocracia recuperará su capacidad de influencia. El triunfo del SPD en Alemania es solo una señal de que podría haber mayores márgenes de maniobra, sobre todo si es capaz de gobernar y de sumar después a otros países de la Unión en su viejo afán de poner en marcha políticas más sensibles a la suerte de los que lo están pasando mal.

Lo que sí merece destacarse es esa vieja fortaleza que está en los genes de la socialdemocracia: la voluntad de servirse de la palabra y de los argumentos como instrumento fundamental de trabajo. Ya en el siglo XIX, y ante la emergencia de esa nueva política que sostenida en la emoción iba a impulsar a los nacionalismos, no claudicaron. Lo explica el historiador George L. Mosse en La nacionalización de las masas, un libro ya clásico sobre el poder movilizador de los símbolos. “Un gobierno basado en el debate y en el consenso no estaba realmente interesado en aprovechar las tradiciones de un culto nacional que parecía contrario al control racional del Estado”, explica ahí. Y apunta también que “los socialdemócratas sentían que la conciencia no debía despertarse mediante un enfoque litúrgico sino a través de la educación de los trabajadores”.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

No está de más recordarlo: la palabra, el debate y el consenso, la búsqueda de la racionalidad frente a la explotación de las emociones, y la educación. Puede sonar a viejo, tan viejo por lo menos como aquella nueva política, pero es una música imprescindible en estos tiempos donde el vertiginoso desarrollo tecnológico transmite la ilusión de que todo se inventa por primera vez.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_