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Columna
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Cuando la norma se equivoca

Ningún legislador puede prever toda la casuística, las reglas sobre temas científicos necesitan procesos de revisión

Javier Sampedro
Un científico experimenta con una vacuna para el coronavirus.
Un científico experimenta con una vacuna para el coronavirus.Reuters
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Si sales a la calle y preguntas a la gente si las normas deben cumplirse siempre, todo el mundo responderá que sí, que faltaría más. Este simplismo despótico tal vez sirva para echar una partida de Monopoly un triste domingo por la tarde, pero en la vida real se estrella enseguida con dilemas concretos que el legislador no podía prever. La pandemia nos acaba de regalar un ejemplo bien interesante, el del patólogo veterinario Thijs Kuiken, que fue uno de los evaluadores (reviewers) de un manuscrito crucial enviado a The Lancet en enero de 2020. Esto requiere una pequeña explicación.

Las revistas científicas profesionales reciben los manuscritos de los investigadores y los envían a dos o tres reviewers, o científicos destacados en el sector del que trate la investigación (“pares” de los autores). Los evaluadores pueden rechazar directamente el trabajo, o exigir experimentos adicionales, añadir elementos de discusión o —más raramente— aceptar el artículo tal como está. Este sistema de “revisión por pares”, con todas sus limitaciones, es de momento la mayor garantía de que la ciencia publicada sea correcta. El patólogo Kuiken fue uno de los revisores del manuscrito esencial de unos investigadores de la Universidad de Hong Kong enviado a The Lancet a mediados de enero de 2020. Por entonces el mundo estaba tranquilo creyendo que la covid no se transmitía de persona a persona, pero el trabajo que Kuiken empezó a leer en el tren de vuelta a casa contenía un bombazo. Una familia de Shenzhen que había viajado a Wuhan se había contagiado pese a no haber visitado el mercado de Wuhan al que se habían trazado los casos hasta entonces. Y otro familiar que no había viajado a Wuhan se contagió tras el regreso del resto a Shenzen. Kuiken tenía en sus manos la demostración de que el virus se transmitía entre personas. El dato fundamental que el mundo necesitaba conocer de inmediato.

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Pero hay una norma grabada en oro en el ámbito de la publicación científica. Un revisor tiene estrictamente prohibido compartir un manuscrito o revelar sus datos. Hacerlo puede arruinar su carrera. ¿Qué debía hacer entonces? ¿Respetar la norma y hacer perder al mundo un tiempo muy valioso que se puede cifrar en muertes? ¿O hacer lo correcto a cambio de arruinar su reputación? Lo que ocurrió al final fue que Kuiken, con permiso de The Lancet, le pasó los datos directamente a la OMS. Como reconoce el patólogo en Science: “Lo he hecho fuera de las normas. Debería ser posible dentro de ellas”.

Lo que vemos aquí es, de nuevo, que el legislador no puede prever toda la casuística, ni tampoco la forma en que va a evolucionar la materia en cuestión. En biomedicina es habitual encontrarse con estos dilemas. Prohíbes la clonación y no te das cuenta de que eso puede yugular en el futuro una prometedora corriente de investigación. Legislas que los embriones humanos deben destruirse a los 14 días sin saber que, unos años después, ampliar en unos días esa línea roja va a abrir un nuevo continente de conocimiento embriológico. Tal vez las normas debieran llevar incorporadas en su propio texto un mecanismo de revisión permanente.

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