La nostalgia reaccionaria
Esto es lo que está ocurriendo ahora mediante una especie de embellecimiento de la vida de generaciones pasadas. Sin embargo, este mito tiene patas muy cortas fuera del anecdotario personal
Mirar hacia atrás es como ir cuesta abajo; el cuerpo descansa. Este síndrome, común en política, se vuelve mucho más tentador cuanto más complejos parecen los dilemas. El pasado es tangible y, modulado por nuestra frágil memoria, parece más comprensible y sencillo. La diferencia estriba en cómo nos relacionamos con él. Para un conservador hay que ser cauteloso ante los cambios que vienen, pero un reaccionario idealiza un pasado que nunca existió para reivindicarlo.
Esto es lo que está ocurriendo ahora mediante una especie de embellecimiento de la vida de generaciones pasadas. Sin embargo, este mito tiene patas muy cortas fuera del anecdotario personal. Simplemente mirando la Luxembourg Income Database se aprecia cómo los jóvenes de cada generación son más ricos y formados que la anterior, lo propio de un país que se ha modernizado durante 40 años. Ahora, lo que también se ve es cómo la progresión vital de esas generaciones parece truncada y que la cicatriz dejada por dos crisis económicas ha cronificado su precariedad. Es en este punto, el pesimista horizonte de futuro, donde echa raíces la añoranza de falsos tiempos mejores.
Hay algunos sectores que llevan años en un empeño denodado por enfrentar las ideas de redistribución y reconocimiento. Una disputa no solo falsa en el plano teórico, sino que los propios jóvenes no compran: los datos de encuesta dicen que le dan igual de importancia a ambas dimensiones, especialmente los de izquierdas. Para ellos la defensa del medio ambiente o el feminismo es perfectamente compatible con su preocupación por el empleo o la educación (aquí con seguridad el problema lo tienen los que crean tal dilema).
Lo que ocurre es que, evidentemente, este movimiento reaccionario es en dos fases. Tras defender que todo tiempo pasado fue mejor y levantar esa falsa barrera argumental, se viene capitalizar la frustración de expectativas que la desigualdad trae consigo. Por ejemplo, si hoy el 26% de los jóvenes emancipados vive en una casa cedida es porque hay alguien que se la puede ceder. ¿Cuánto de las desigualdades generacionales entre millenials, boomers o zetas nacen por las de los propios jóvenes según su origen? Serán patrimonio y herencias las que acaben de dar la puntilla al sueño de la movilidad social.
Por eso creo que esta cuestión marcará la próxima década en nuestro país. No solo el debate sobre qué políticas públicas pueden suturar la brecha generacional y cuánto estamos dispuestos a invertir en ellas, sino también sobre quién ofrece un horizonte vital, es decir, quién marca la idea de deseo. Lo que está en disputa es desde qué lado del espectro político se dibuja un futuro al que puedan aspirar los jóvenes de nuestro país. Reaccionario o emancipador, la batalla ya ha empezado.
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