¿Sobre esta piedra, Pedro?
El apoyo unánime que recibió Castillo en las regiones del sur de Perú no debe verse como un dogma de fe incuestionable, más ahora que la luna de miel ha acabado; el margen de error para el nuevo Gobierno es ínfimo
El Gobierno de Pedro Pablo Kuczynski en el 2016 iniciaba en el Perú con una envidiable luna de miel y más de un 70% de aprobación. El presidente y sus ministros se ajustaban la ropa deportiva y doblaban cintas elásticas, realizando piruetas y ejercicios en el patio de palacio de Gobierno. Queremos transmitir hábitos de vida saludable al ciudadano. Por aquel entonces, Simeon Tegel en el Washington Post le contaba al mundo que el estilo y el humor de Kuczynski dejaba entrever que “por lo menos, hasta ahora, los peruanos parecen estar amándolo”. Se impuso la narrativa de que era un “Gobierno de lujo”. Pero los lujos en la vida si bien la hacen más placentera, no son esenciales para sobrevivir. Kuczynski ganó por algo más de 41.000 votos: 3.000 votos menos de la diferencia obtenida por Pedro Castillo en 2021. Ni el carisma, ni las rutinas gimnásticas de sus ministros, comandados por un ala tecnocrática de derecha limeña, salvarían a Kuczynski de la debacle. En marzo de 2018 renunciaría en medio de un escándalo político sin que nadie se movilizara en su defensa. Si Kuczynski tuvo un romance fugaz con la ciudadanía y terminó con arresto domiciliario, ¿qué sucederá con Pedro Castillo que, en menos de una semana de gobierno, ya enfrenta amenazas de vacancia entonadas incluso desde sectores del centro político que en su momento condenaron las actitudes antidemocráticas del fujimorismo en esta elección?
La crónica histórica dirá que, en nuestro Bicentenario, en julio de 2021, juramentó como presidente Pedro Castillo Terrones. Espoleado por un bolsón electoral hastiado del ninguneo político y mayoritariamente rural y andino. Ha encarnado y representado una alegoría idílica: el campesino y profesor de escuela rural que gana la presidencia y llega con su esposa y sus hijos desde el campo a gobernar. ¿Podría hoy Castillo junto a sus ministros hacer gimnasia en el patio de Palacio de Gobierno? Seguro la prensa lo molería a palos. La izquierda peruana podría sostener que eso revela que las críticas a Castillo son injustificadas porque provienen de sectores desbordados por su racismo y clasismo. El racismo estructural en el Perú existe: aquí los errores del cholo serrano son imperdonables, mientras que algunos”hijos de papá” siempre han conseguido encontrar atajos al éxito en los medios y hasta en el Gobierno, y no serían relevantes sin su apellido o sin la argolla que los ha colocado donde inmerecidamente están. Pero las circunstancias han cambiado muchísimo.
El Perú enfrenta una aguda crisis sanitaria y económica, la pobreza ha crecido 50% en un año, la elección enfrentó irreconciliablemente a sectores políticos que defendían o atacaban al sistema, por lo que las tensiones sociales están a flor de piel esperando que el opositor cometa el más mínimo error político para desguazarlo. Todo se convierte en una gota que rebalsa el vaso. Cualquier marxista ducho entendería que el Perú del 2016 no tiene las condiciones estructurales del 2021. Por eso, si hoy un ministro se apareciera haciendo ejercicios en el patio del palacio sería crucificado pero no por racismo, sino porque han caído doscientos mil compatriotas víctimas de la pandemia y no estamos para sudaderas y personal trainers. Tampoco lo estábamos el 2016, como trágicamente Kuczynski lo terminó advirtiendo.
A Pedro Castillo sus propios seguidores le organizaron una movilización antes de juramentar para exigirle que cuente con ellos y no los traicione. Conocemos bien las crisis de Gobierno, pero eso de las crisis antes de asumir el mando es algo novedoso, más si quienes te arrinconan son tus mismos militantes. Antes, se esperaba a que el presidente tomara el poder para que los opositores (no tus seguidores) te pusieran contra la pared. El nombramiento como presidente del Consejo de Ministros del marxista Guido Bellido ha gatillado un aluvión de críticas. La izquierda peruana ha tratado en campaña de sacudirse del terruqueo con el que sus opositores los han perseguido, y al gobierno de Castillo no se le ocurre mejor idea que nombrar a un político investigado por apología al terrorismo como primer ministro. “Seguro usted querría que nombren a alguien de Fuerza Popular”, ha ironizado Bellido cuando se le preguntó por la retahíla de nombramientos cuestionados en muchos cargos estatales. Bellido sabe dónde reside el poder: en el dueño del partido, no en el líder, porque en el Perú más que líderes hay dueños de partidos que eligen a qué candidato van a hacer presidente. Como el mismo Bellido le ha dicho a EL PAÍS, su partido escogió a Castillo, casi en un casting político y le ofreció el puesto: “Pedro Castillo es un tipo que se ha venido desarrollando al margen de Cerrón como político. Si no, nunca nos hubiéramos fijado para que él sea presidente”. No nos hubiéramos fijado para que él sea presidente. Nótese que el casting tenía como requisito que Castillo fuera un político que se hubiese desarrollado al margen de Cerrón.
Pero también es muy revolucionario constatar que al Gobierno de Castillo se le haya ocurrido combatir las argollas tecnocráticas derechistas y limeñas para reemplazarlas con argollas partidarias cerronistas y regionales. Nada es más constante y permanente en el Perú que la argolla. Infiltra todos nuestros clivajes políticos. Para mis amigos todo, para mis enemigos el “respeto al perfil del cargo”. En el Perú, los guiones políticos parecen escritos por Molière. Así, Castillo y Bellido han nombrado a un ministro de Transportes que registra dos papeletas de tránsito graves y una leve, en menos de 24 horas han cesado al jefe del gabinete de asesores del Ministerio de Vivienda por polémicas denuncias que lo vinculaban a suplantaciones en exámenes de ingreso a universidades y, en su reemplazo, nombraron a otro político, investigado solamente por lavado de activos y organización criminal. Casi nada.
Pero también es cierto que para comprender el estilo del nuevo Gobierno hay que asomarse al asambleísmo de la izquierda provinciana peruana, con el que Castillo está acostumbrado a lidiar desde sus años de dirigente magisterial. Si quieres saber del Gobierno vente a mirar una asamblea de bases regionales. Encuentros donde el exotista observador limeño saldría espantado al ver que disputas irreconciliables se terminan saldando con una distribución equitativa de las cuotas de poder y en la incorporación en el pliego de reclamos. El poder se construye de abajo hacia arriba. Es que ustedes critican al Gabinete porque no entienden que es respaldado en las regiones, se dice en los cuarteles de Perú Libre. Tal vez. O quizá su respaldo en algunas bases regionales no es tan firme, tanto así que el secretario de la Federación de Trabajadores de Arequipa, José Luis Chapa, ha criticado el nombramiento de Bellido; mientras que su par en Cusco, Justino Tupayachi, se mostró más cauto, pero ha dicho: “Creemos que hay desaciertos en el gabinete, pero habrá que ver qué dice el Congreso”. Así que el apoyo unánime que recibió Castillo en las regiones del sur no debe verse como un dogma de fe incuestionable, más ahora que la luna de miel ha acabado.
El presidente nos ha propuesto edificar su gobierno sobre esta piedra, que más parece un castillo de arena. Muchos han destacado que Bellido llegara hace unos días a Muyoq Orcco, en Chumbivilcas (Cusco), montado en un caballo y hablara en quechua con sus paisanos —él nació en Livitaca, otro distrito de Chumbivilcas, donde Castillo arrasó en la segunda vuelta—, que mantienen una protesta contra la minera Las Bambas. Pocos han enfatizado que los comuneros sólo le han dado una tregua de 60 días y que, si no hay soluciones concretas, así como esta vez fue recibido montado en caballo, quien sabe cómo lo despidan la próxima.
Gonzalo Banda es analista político y profesor universitario en Arequipa, Perú.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.