El villano olímpico
La solución a la crisis global de salud mental radica en tamizar el hiperindividualismo contemporáneo reforzando los lazos con quienes nos rodean. No es fácil
Los Juegos Olímpicos son como las películas de James Bond: lo que determina su interés no son los héroes, sino los villanos. Como en la saga de 007, los malos de las olimpiadas van cambiando en función de los miedos colectivos del momento: nazismo en Berlín 1936, racismo en México 1968, terrorismo en Múnich 1972, la Guerra Fría en Moscú 1980 o Los Ángeles 1984.
Y en Tokio ha aflorado el temor de nuestro tiempo, la salud mental. Atletas de primer nivel, como Simone Biles y Naomi Osaka, han roto el silencio sobre un problema largamente acallado. Según The Lancet, cerca de 1.000 millones de personas en el planeta sufre algún tipo de desorden mental. Las adicciones, la demencia, la esquizofrenia y los dos padecimientos más comunes, ansiedad y depresión, causan un gran dolor a pacientes y familiares. Además, cuestan a la economía mundial más de dos billones al año y se estima que serán más de seis en 2030.
A pesar de la magnitud creciente del problema, los gobiernos apenas invierten en salud mental. De media, un 2% de sus partidas presupuestarias en sanidad. El desprecio a la salud psíquica es injusto socialmente, porque hoy sólo son bien atendidos los privilegiados que pueden costearse terapias caras, e ineficiente económicamente, porque se calcula que, por cada euro invertido en tratar la depresión y la ansiedad, la sociedad obtiene un beneficio de cuatro, en mejor salud y productividad.
A diferencia de los ruidosos pavores colectivos del pasado, como los totalitarismos, la epidemia de patologías mentales es silenciosa. Es un enemigo interior, que ocupa rincones de nuestra mente cuya existencia desconocíamos. Pero, si algo destacan los expertos es que, si las sombras del cerebro son más profundas de lo que imaginábamos, también lo son las luces de la resiliencia. Acompañados tanto de parientes, amigos y colegas como de profesionales de psicología y psiquiatría, podemos salir de los pozos más hondos.
Y es que, en contraste con los remedios frente a las amenazas pretéritas, que pasaban por reforzar al individuo ante los autoritarismos colectivistas, la solución a la crisis global de salud mental radica en lo opuesto: tamizar el hiperindividualismo contemporáneo, reforzando los lazos con quienes nos rodean. No es fácil. Resulta más sencillo derribar a un gigantesco tirano que a nuestro pequeño Napoleón interior. @VictorLapuente
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