Muerte en Granada... de Ciudadanos
El partido de Inés Arrimadas se deshace, y además en un momento en que debería rentabilizar la situación
Con el tiempo, con algo más de perspectiva, se determinará mejor si la desaparición de Ciudadanos quedó sentenciada en Granada durante los primeros días de julio de 2021. Es posible que ahí haya estado el punto de inflexión final, ese punto de no retorno a partir del cual no hay modo de rehacer las cosas. Después del fiasco de Murcia —con un grupo parlamentario fracturado y fuera de control al que resultaba temerario involucrar en una moción— y del examen en las urnas de Madrid, por efecto dominó, con un fracaso de leyenda pasando en dos años del duelo del sorpasso a cero... lo de Granada tiene trazas de hito terminal. El diablo está en los detalles. Tras la ruptura del pacto, previsiblemente agitado desde Génova con Hervías como muñidor en nómina de García Egea, lo sucedido vacía a Ciudadanos con la mitad del grupo arrastrado por el PP, o tras el PP, y los otros dos, tras la absurda peripecia de mantenerse en el poder como equipo de Gobierno, o más bien dueto de Gobierno, maniobrando para regresar a la disciplina del PSOE con la coartada del espadismo. Extinción centrifugada al refugio del bipartidismo. De Ciudadanos allí no va a quedar rastro. ¿Pero dónde sí?
Es sólo un episodio, sí, pero elevable dorsianamente a categoría. Ciudadanos se deshace, y además en un momento en que debería rentabilizar la situación en el tablero político. El PSOE cae, lastrado por los indultos, y se le viene encima el segundo verano consecutivo dando por hecha la derrota del virus, esta vez con el final de las mascarillas para sacar la sonrisa del país a la calle. El Gobierno de coalición no va, y después del SMI, ahí queda el episodio chusco de la carne, en el que Sánchez ha optado por un filetazo desleal de popularidad antes que un bocado de coherencia, porque su programa 2050 merecía algo más que cuñadismo de brocha gorda. Podemos se teme un arrinconamiento en el Gobierno y no se ve empaque en Ione Belarra para resistir. El independentismo vuelve a las líneas rojas de la ilegalidad con el aval para el Tribunal de Cuentas, y se extiende por el país un clima preventivo de agravio ante el reparto de los fondos. El PP experimenta la efervescencia de recoger millones de votos huérfanos del centroderecha, pero sin liderazgo bajo la espuma, madrileñizado bajo la sombra de Ayuso, cuyo perfil se confunde con Vox, partido capaz de rebelarse contra unas caricaturas —¿a qué recuerda eso?— y señalar al editor. Este es el escenario perfecto para un partido liberal de centro. Si existe ese partido, claro.
Tal vez no sea justo, pero hay algo funeral para Cs en Granada, mientras Albert Rivera coquetea con el PP desentendiéndose de la convención terminal del partido que él llevó al auge y caída. Para el próximo fin de semana, quizá toque digerir la imagen de su último alcalde en plaza de primera reintegrado a la disciplina del PSOE, con cargo o con chiringuito, y la otra mitad del grupo ya no adscrita, en definitiva sin nadie que responda a las siglas. Durante semanas, no ha habido capacidad siquiera de gestionar este colapso. Como en aquellos versos de Machado dedicados a la Muerte en Granada: “Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva!”.
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