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Vacunación contra coronavirus
Columna
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Biden y la geopolítica de las vacunas

El presidente de EE UU no ignora que está jugando en el terreno sanitario con objetivos políticos. La gratuidad es, en este sentido, clave

Carlos Pagni
Joe Biden sobre vacunas contra coronavirus
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en una comparecencia sobre la distribución de las vacunas en la Casa Blanca, el pasado 21 de abril.Evan Vucci (AP)

Con el 44,59% de la población de los Estados Unidos inmunizada, Joe Biden protagoniza un agresivo lanzamiento en la batalla geopolítica que se libra a través de las vacunas. El foco está puesto, por muchas razones, en la región. A escala global, pero también latinoamericana, Washington pretende neutralizar el protagonismo asumido por China y Rusia durante la pandemia.

El Departamento de Estado designó a una funcionaria, Gayle Smith, para coordinar un programa global de distribución de vacunas. Novedad inicial: serán gratuitas. El volumen total alcanza a 80 millones de dosis. De esa cantidad, 25 millones serán remitidas de inmediato.

El 75% se repartirá a través del programa Covax, de la Organización Mundial de la Salud. Aparece, si se quiere, una paradoja. Esa iniciativa ha merecido cuestionamientos por la mezquindad de los países ricos en compartir su producción. La última en lanzar esa piedra fue la revista británica The Lancet, que explicó por qué la mezquindad de los Estados más avanzados frustró el esfuerzo multilateral del mecanismo Covax.

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Según datos aportados por Bloomberg, los 27 lugares más prósperos del planeta han contado con el 25,1% de las vacunas, aun cuando no concentren más que el 10,4% de la población. El mismo estudio revela que en los países y regiones con más altos ingresos la vacunación ha sido hasta 30 veces más veloz que en los más humildes.

Smith detalló que se destinarán más de seis millones de dosis a América Latina; siete al sur y el sudeste de Asia; y cinco a África. Los siete millones restantes serán distribuidos en acuerdos bilaterales. Los dos más importantes están destinados a la protección de los propios estadounidenses: se firmarán con Canadá y México y las campañas de inmunización se realizarán en la frontera.

En el caso de América del Sur, los dos destinatarios principales serán Brasil y la Argentina. El primero ha cubierto por completo al 11,38% de la población. El segundo, sólo al 8,11%. La impericia de ambos gobiernos ha dado lugar a escándalos políticos. A Jair Bolsonaro el Congreso le investiga, entre otras razones, por la demora en contratar vacunas de gran efectividad, como Pfizer. La comisión encargada de la pesquisa reveló que, en agosto del año pasado, Brasil rechazó una oferta de Pfizer por la mitad de precio de lo que se cobraba su vacuna en los Estados Unidos y Europa.

Al argentino Alberto Fernández le siguen vapuleando por haber tolerado que el poder legislativo limitara a través de restricciones los acuerdos con empresas de los Estados Unidos. Como consecuencia, debió rechazar 14 millones de dosis ofrecidas por Pfizer. La sospecha, fundada en infinidad de indicios, es que esas limitaciones se proponen garantizar la provisión de vacunas a laboratorios asociados a empresarios locales, amigos del Gobierno. Más allá de las motivaciones, aparece un problema objetivo: Argentina, según el mismo estudio de Bloomberg, es el ejemplo de peor gestión de la pandemia en un listado de 53 países

México, Brasil y, sobre todo, Argentina apostaron a enfrentar la crisis con la vacuna de Oxford-AstraZeneca. Tiene ventajas por el precio: 4 dólares la dosis. Pero la provisión generó crisis en todos los países. El laboratorio estatal brasileño Oswaldo Cruz debió suspender la fabricación por falta del Ingrediente Farmacéutico Activo, enviado desde Gran Bretaña. México y la Argentina perdieron meses en su campaña de vacunación debido a que Liomont, el laboratorio mexicano que debía envasar el producto, no tenía autorizadas sus instalaciones.

Biden no ignora que está jugando en el terreno sanitario con objetivos políticos. La gratuidad es, en este sentido, clave. China enfrenta varios escándalos en Asia por el precio de sus vacunas Sinovac y Sinopharm. La prensa de Katmandú reveló, por ejemplo, que Nepal debió pagar 10 dólares por dosis para adquirir cuatro millones de Sinopharm. Los chinos acaban de quejarse por la filtración. Hicieron lo mismo dos semanas atrás, cuando en Bangladesh también se supo el costo de los 14 millones de vacunas adquiridas por el Ministerio de Salud. Las cifras son más controvertidas si se comparan regiones. En Sudamérica, Sinopharm International Hong Kong Limited cobró 20 dólares por unidad. La vacuna rusa, Sputnik V, del centro Gamaleya, cuesta 9,95 dólares por dosis. Y se ha distribuido según simpatías ideológicas con el régimen de Vladimir Putin. La adquirieron, sobre todo, Argentina y México.

El rechazo a Putin y su Gobierno también modela el negocio. La Unión Europea sigue reclamando detalles a Gamaleya antes de aprobar su producto. Los viajeros que en su país de origen se hayan inmunizado con la Sputnik no tienen permitido entrar a Europa. El otro inconveniente, que hoy padecen sobre todo argentinos y mexicanos, es que existen enormes dificultades para conseguir la indispensable segunda dosis. Después de reunirse con Putin, Biden dijo: “Él quiere legitimidad, influencia en el escenario global. Quiere desesperadamente ser relevante”. Más allá de que el tono tuviera algo de burlón, la frase mostraba el revés de la trama. La Sputnik V mostró las posibilidades de Rusia, sobre todo la supervivencia de un viejo legado científico, pero también sus impresionantes limitaciones.

Contratos polémicos, guerra de información y de precios, vetos de regiones enteras para algunas marcas: la pandemia de la covid anticipa un nuevo mundo, en el que la industria farmacéutica está destinada a adquirir un peso geopolítico inédito, solo equiparable al de la producción de hidrocarburos.

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