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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Esperpento en Nicaragua

Con la detención de la dirigente opositora Cristiana Chamorro, el régimen de Daniel Ortega confirma su vocación despótica

El País
Crisis política en Nicaragua
Fuerzas policiales cercan este miércoles la vivienda de la aspirante opositora a la presidencia de Nicaragua, Cristiana María Chamorro Barrios, en Managua.JORGE TORRES (EFE)

El régimen de Daniel Ortega hace ya muchos años que abandonó la senda democrática para instalarse en el despotismo. Creadores de un Estado lacayo, donde todo ha de moverse según sus designios, el presidente y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, no permiten la discrepancia ni mucho menos la posibilidad de alternancia política. Cualquier demócrata que intente hacer oír su voz es fagocitado por la maquinaria orteguista. Todo les vale para este fin. Sometida la judicatura, la fiscalía y la policía, igual usan la calumnia que abren investigaciones esperpénticas contra aquellos que perciben como rivales. Esa es hoy la realidad de Nicaragua y así lo demuestra la persecución emprendida contra opositores y periodistas en las últimas semanas y que ha tenido su más clamoroso ejemplo en la detención de Cristiana Chamorro —hija de Violeta Chamorro (presidenta entre 1990 y 1997) y de un legendario líder opositor asesinado en 1978 por la dictadura somocista.

El arresto domiciliario de esta dirigente opositora, cuya liberación reclamó ayer EE UU, por una burda acusación de lavado de dinero en su extinta fundación es un paso más en el plan destinado a retirarla de la vida política. Desde que en enero hiciera público su deseo de concurrir a las elecciones presidenciales de noviembre, ha sufrido los embates del régimen. Primero se la inhabilitó, luego se la acusó y ahora se la ha detenido en un estruendoso operativo destinado a dar carnaza a los medios afines. En esta ofensiva se han visto salpicados (y amedrentados) decenas de periodistas independientes e incluso figuras disidentes de la talla del escritor Sergio Ramírez.

La apuesta Ortega por el todo vale solo viene a confirmar lo que ya se sabía. Que la mejor solución para Nicaragua es su salida inmediata del poder y la convocatoria de unas elecciones libres. Desgraciadamente, es difícil que el presidente, a sus 75 años y en el cargo desde 2007, vaya a tomar por sí mismo la decisión. Es necesario que la presión internacional aumente y que más allá del juego habitual de condenas se adopten medidas punitivas contundentes contra sus desmanes.

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