_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El fracaso de la victoria

Toda victoria incuba una derrota, sobre todo cuando el vencedor la quiere absoluta, como le está sucediendo a Benjamin Netanyahu

Lluís Bassets
Habitantes de la Franja de Gaza buscan pertenencias entre los escombros de un edificio tras los ataques aéreos israelíes.
Habitantes de la Franja de Gaza buscan pertenencias entre los escombros de un edificio tras los ataques aéreos israelíes.MAHMUD HAMS (AFP)

Toda victoria incuba una derrota. Especialmente cuando el vencedor la quiere absoluta. Solo la aniquilación asegura la desaparición del vencido, tras arrasar sus ciudades y sembrarlas de sal, como hizo Roma con Cartago.

Es extraño que una pulsión que busca la liquidación del adversario, de su causa, de sus ideas y de su memoria, anide entre los dirigentes de un pueblo que estuvo en el punto de mira del exterminio. Pero así es la deriva de Israel, especialmente estos 12 años de penosa culminación, con gobiernos cada vez más escorados a la derecha bajo el reinado de Benjamin Netanyahu.

Su obsesión era liquidar el proceso de paz de Oslo y la idea de los dos Estados, uno judío y otro árabe, mutuamente reconocidos y en paz sobre el territorio palestino. El empeño consistía en evitar a toda costa que fuera posible tal Estado palestino. Ocupar sus tierras, acosar a sus habitantes, ahogar su economía, dividir a sus organizaciones y partidos y provocar al adversario hasta poder declarar la ausencia de interlocutores dispuestos a firmar la paz definitiva.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Todo han sido éxitos para Netanyahu. A pesar de Barack Obama y sus buenos y cándidos propósitos de frenar la ocupación y regresar a la mesa de diálogo. Gracias también al complaciente Donald Trump y su plan de paz: Jerusalén entera para Israel, también el Golán ocupado a Siria, y las colonias hasta ahora no reconocidas de Cirjordania. En resumen: todo lo mío es mío y todo lo tuyo es mío. Y a cambio los países árabes levantan el cerco diplomático establecido desde 1948.

Liquidado el plan de paz, no se sabe qué quiere hacer Netanyahu con los palestinos. Se supone que mantenerles sujetos eternamente bajo la bota, divididos en cuatro categorías en cuanto a derechos individuales: ninguno en Gaza, cárcel al aire libre bajo la dictadura de Hamas; en Jerusalén, apenas algunos derechos civiles pero no el de voto; en la Cisjordania acosada por los colonos, los pocos que le otorgue la autoritaria Autoridad Palestina; y en Israel, todos solo sobre el papel, aunque sujetos a un trato similar al de los negros en Estados Unidos antes de las leyes antidiscriminación.

Quizás Netanyahu sacará ventaja de la actual explosión para mantenerse en el poder, pero su victoria está desnuda. Si no hay Estado palestino que reconozca los derechos civiles de todos, Israel deberá hacerlo, y entonces los árabes serán mayoría entre el Jordán y el Mediterráneo. Quien quiere la paz no destruye los procesos de paz.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_