Identitarios todos
Observar ahora la ‘pujolización’ de Madrid en su versión más chulapa resulta por lo menos sorprendente
El que no tenga una identidad, que se la vaya buscando. A ser posible, una distinta, con rasgos únicos. El que no se preocupe en absoluto por su sentir diferente, su subjetividad o su estilo de vida, quedará borrado de los discursos políticos hegemónicos porque a estas alturas ya vemos que el futuro será identitario. La noción de ciudadanía se está diluyendo cada vez más en la búsqueda obsesiva de particularismos y en la preocupación por la pertenencia. En una especie de futbolización de la democracia, a día de hoy importa más saber de quién eres y cómo eres que lo que piensas o los ejes programáticos que defiendas.
Madrileños, créanme lo que les digo desde este apartado lugar llamado Cataluña: el identitarismo es una trampa que no lleva a ninguna parte, un juguete con el que quedarnos encerrados perdiendo el tiempo mientras se toman decisiones que tienen un impacto real en nuestras vidas. Dar vueltas a los elementos distintivos, hacer un análisis de la función social de la caña bien tirada y ensalzar lo que no se comparte con otras regiones es despistarse por senderos políticamente irrelevantes, sin ningún peso en lo cotidiano, es dejarse arrebatar el poder de pensar en tanto que votantes para que nuestras conciencias sean llenadas de folklorismo anecdótico. Avalan mi opinión el haber crecido en el pujolismo, que consiguió sepultar con el llamado “eje nacional” la gestión de la vida ciudadana y otros muchos asuntos espinosos. Fue Tarradellas quien advirtió del peligro del nacionalismo victimista, de la indignidad de rebajar nuestras aspiraciones a la batalla paranoica del conmigo o contra mí. Observar ahora la pujolización de Madrid en su versión más chulapa resulta por lo menos sorprendente. A los madrileños les envidiamos siempre que se ahorraran nuestros eternos debates sobre la sobrevalorada singularidad.
Claro que al otro lado tampoco faltan las propuestas en la misma dirección. También se apela a la identidad del obrero y de la clase trabajadora mientras se escapa de sus barrios, se afirma que votan mal y se centran todos los discursos en supuestas revoluciones del género que nada tienen que ver con la subida de la luz, las colas del hambre o los barracones infectos en los que se escolarizan algunos alumnos. Ya quisieran quienes están esforzándose por sobrevivir poder disfrutar de esa identidad cervecera que les proponen o tener la posibilidad de autodeterminar su clase social.
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